El notario les citó a la caída de la tarde. Él mismo
abrió la puerta de su oficina y con un ademán les invitó a pasar. Emprendió la
marcha hacia el interior de la vivienda mientras la pareja le seguía. Bajó las
persianas lo suficiente para crear una semipenumbra que permitiera maniobrar
con alguna dificultad pero sin tener la necesidad de encender la luz.
—Cuando
Vds. quieran —dijo dando la señal de comienzo.
La
señora sacó la cámara del bolso y se la acercó al rostro para asegurarse de la
tecla que debía pulsar. Con el dedo índice puesto sobre uno de los botones,
dirigió el objetivo contra la pantalla y lo accionó.
—Esta
grabación ha sido realizada por Teodora Rojo Gálvez con la ayuda de su hijo
Julio García Rojo y su esposa —anunció una mujer vieja que aparecía en la
película —. No he sido presionada bajo coacción como demuestra la documentación
que deposité ante el notario D. Ambrosio Suárez Jiménez. El acto que a
continuación realizaré es totalmente voluntario. En todo momento he actuado con
mi capacidad mental intacta, por lo que nunca se podría llegar a deducir haber
sido engañada para llevar a cabo mi propósito. Yo, Teodora Rojo Gálvez, lego a
mi hijo todo mi patrimonio siempre y cuando satisfaga mi deseo de ser
depositada sobre las milagrosas aguas del lago de la Eterna Juventud el día de
mi octogésimo cumpleaños. La artrosis no me ha permitido que sea yo quien
camine hacia el estanque, pero mi querido hijo me llevará en brazos y me posará
en la laguna. El fluido me matará de inmediato, para que en el instante
siguiente me restaure. Este proceso tarda unos diez años, pero desde el primer
momento mi imagen externa aparentará la figura de una adolescente. He pedido a
mi hijo y a mi nuera que recojan ese instante y que me conserven en su memoria
como una mujer joven. Julio, ya puedes llevarme, nos veremos dentro de diez
años.
—Teodora,
falta que Vd. diga lo que ya le comenté —puntualizó un espectador del que no
había ninguna imagen grabada.
— ¡Ay,
sí, casi lo olvido! Nunca pensé que fuerais capaces de hacer lo que vais a
hacer. Posiblemente os arrepentiréis, pero será demasiado tarde. ¿Algo más D.
Ambrosio? —preguntó la anciana dirigiéndose a su interlocutor.
—Repita
tan sólo las dos frases que le escribí, y nada más que eso. Hágalo esta vez
bien que yo también la voy a grabar para dejar constancia.
—Nunca
pensé que fuerais capaces de hacer lo que vais a hacer. Posiblemente os
arrepentiréis, pero será demasiado tarde —reiteró lo pedido.
La
cinta mostraba como el hombre, a quien la protagonista se refería a él como su
hijo, cogía a la anciana en brazos. Después se dirigía a la orilla, y la acostaba
sobre una balsa. Acto seguido la empujaba con un bastón alejándola del borde.
Con un extraño sistema de anclajes y cuerdas, giró la armadía hasta volcarla.
El cuerpo de la mujer cayó al agua con un suave chapoteo. Un destello que
impidió captar lo que realmente había ocurrido, se deshizo para dejar paso a
una delicada muchacha que parecía flotar en un remanso de paz.
—Muy
bien —dijo el notario cuando se acabó la proyección mientras bajaba
completamente las persianas y encendía la luz —. Necesito la cámara de video
para utilizarla como prueba, y como no deseo que se queden sin ella, les he
comprado otra de la misma marca y modelo y
en la que ha sido grabado los últimos minutos con vida de su familiar.
Ahora —continuó mientras sacaba un plano de uno de los cajones de su escritorio
—márquenme el punto en donde ocurrió esto.
—Eso
es imposible. Recuerde que Vd. conducía el coche y a nosotros se nos llevó con
los ojos vendados. No tenemos ni idea.
—Mejor
que sea así. Un momento que ahora regreso.
El
notario salió de la sala dejando perplejos al matrimonio familia de la clienta
que había contratado sus servicios.
—Será
mejor que veamos qué contiene lo que él ha grabado —dijo la esposa—. Esto es
muy raro.
La
película mostraba tan sólo las dos últimas frases de la anciana en la que
parecía recriminar la actitud de las personas que estaban con ella. Después se
apreciaba como un hombre, valiéndose de la incapacidad de la señora, la metía
en el agua y allí la hundía con la única intención de ahogarla. Ni tan siquiera
había quedado impreso en la cinta el resplandor que la convirtió en joven.
—Aquí
falta grabación ¡Qué raro! Yo grabé más ¿Qué ruido es ese? ¿Son sirenas?
La
puerta se abrió con una patada que permitió la entrada de varios geos.
—Quedan
detenidos. Entréguennos la cámara de video y no hagan ninguna tontería.
—Pero,
¿qué es esto? Nosotros no hemos hecho nada malo, estábamos con el notario
—preguntó Julio no entendiendo nada de lo que estaba pasando.
—Han
sido denunciados por el asesinato de Dña. Teodora Rojo Gálvez —anunció el
policía que parecía llevar la voz cantante —. Tenemos una grabación que así lo
demuestra.
—
¿Qué? ¿Se han vuelto locos o qué? Sr. notario —le llamó a gritos el hijo de
Teodora—, ¿dónde se ha metido?
— ¿Para
qué lo quieren? Él ya ha hecho lo que tenía que hacer, aportándonos todo el
material que nos interesaba para resolver este asesinato. Sólo nos queda
encontrar el cuerpo de la muerta. Supongo que como los hechos apuntan
directamente contra Vds. no tendrán dudas de lo que les conviene y nos dirán
dónde está el cadáver.
—Nosotros
no sabemos dónde está su cuerpo. Fuimos con los ojos vendados hasta el lugar.
El notario se lo explicará.
—Esposarlos,
acaban de delatarse como parte actora del homicidio. Llévenlos a la comisaria
para tomarles declaración.