domingo, 27 de mayo de 2012

Fiesta de fin de curso el 8 de junio

Queridos integrantes del Grupo Literario Parquesol:

Algún día debía llegar el broche final del Taller y este verano que parece adelantarse casi lo está pidiendo a gritos.

Mi intención es acudir el viernes 8 de junio al Centro Cívico, que asistáis los que podáis y que tengamos nuestra clausura de Taller, con celebración de tapitas como la última vez (quien quiera y pueda).

No habrá décimotercera sesión (mal número) así que aprovecharemos para leer y opinar sobre algún texto o ejercicio que hayáis escrito en este tiempo y queráis compartir. Que cada uno elija un relato y lo lleve ese día.

Eso no significa que el blog no siga activo, o que no se puedan seguir colgando ejercicios, al revés. Con más tiempo podemos ir opinando sobre lo que se ha dejado y colgar más cosas. Tampoco significa que no vaya a haber más reuniones, pero habrá que sondear la disponibilidad de aulas.

En fin, que me gustaría volver a reunirme con vosotros y disfrutar de vuestra compañía y vuestras creaciones. Habéis avanzado mucho, más de lo que pensáis. Gracias por lo que he aprendido de vosotros.

Si alguien tiene alguna sugerencia para ese día, que la escriba como comentario a este post, por favor.

¡Nos vemos el viernes 8!

viernes, 18 de mayo de 2012

Retrato foto. Paco. Ejercicio 12.

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Retrato

      Esperanza y anhelo resumen  la mirada de esta joven con ojos  que añoran lo que aun no ha ocurrido, lo que puede que no ocurra nunca. Esconde su timidez  tras la rama seca que sujeta, unos palos desnudos que complementan la pureza del alma que se intuye.
      La mujer no se oculta, más bien se asoma, levemente. Timidez aporta la nariz, discreta y exacta en su espacio. Su olfato es el sentido al que saca más provecho. Nunca hasta ahora le ha fallado; según algunos debería llamarlo intuición.
      Ella es esos labios potentes, carnosos sin carmín, dudosos para pronunciar “te quiero” en plurales, pero firmes cuando la sentencia es sobre si misma, sobre su objetivo. Su boca prefiere el beso a la palabra, el susurro al grito. Besa y se deja besar, y también no besa y rechaza,  nuca pide a otros labios.
      Su piel blanca es como la miga del pan poco cocido, es como la piel de Blanca, su madre, de ella ha heredado también la luz que irradian los dos luceros de su cara. La llamaron Clara por eso, pero a ella la gustaría llamarse Artemisa. Y ese es su link: “Artemisa”. Así firma en los guaches que expone y sobre los volúmenes en piedra caliza que desbasta con rabia cuando esta cabreada con la sociedad en general ó con Tomás en particular.
      Para sus amigos es Klara, y así lo aclara siempre:
      —Klara con “K” —recalca.
      El pelo negro, ensortijado en las puntas, lo tiene por la parte del padre. Su abuela Edelmira lo peinaba exactamente igual cuando estaba en la casa. Se lo suele recoger para despejar los hombros y permitir que el aire de la tarde le resbale por el cuello desnudo.
      Sí, por avatares de la vida, mañana me olvidara de su rostro, me acordaré de  sus grandes ojos, de color marrón  como el caramelo que garrapiña a las almendras. Esos ojos saltones  y transparentes, ahora cargados de amor y de nostalgia. De esos ojazos que en este momento observan su deseo, casi tocan lo que están viendo. Permanecen conformes y expectantes y a su vez esperanzados y desilusionados por un igual. ¿Quién tiene al frente que espera que la mire?. ¿Quién es esa persona ingrata, ese ser que no le devuelve la llamada de ternura que le lanza? Hay un grito ahogado que pide respuestas, una boca serena que sabe esperar.     Klara mantiene intacta la certeza de elección.

     

sábado, 12 de mayo de 2012

Blanca (Literatura Exprés)


Tan cerca en la distancia



                Allá en el campo santo rompí el vínculo que me unía a ti. Por fin tu persona se encuentra bajo la fría tierra del mes de febrero. Te has ido, pero aún en la distancia mi mente ha quedado atrapada por el temor a tu regreso. Desde el otro lado invades mi intimidad con tus toscas palabras, tu mirar lascivo y tus ásperas manos sobre mi piel.

            Mamá siempre pensó que este odio visceral que sentía hacia ti era fruto de tu rudo comportamiento para con nosotras. Yo nunca quise decirle la verdad. Bastante tenía con cubrirse de maquillaje las violáceas magulladuras que la ocasionabas, y después mentir inventando increíbles historias: el moratón de la mejilla era un golpe al abrir una puerta, el brazo roto una caída por la escalera. Mamá siempre mentía. Jamás tuvo la intención de engañar a los demás, pero mentía, y sobretodo se mentía a ella misma pensando que de la colmena humana, estamos obligados a inventarlas y depositar nuestra fe en ellas. Mamá y sus quimeras. El universo de mamá siempre ha estado lleno de ilusos pensamientos y así permanecerá hasta que la vejez los borre de la memoria.

            Yo en cambio no tengo intención de cambiar estos recuerdos. Si mañana desaparecieran estas imágenes que resucita mi subconsciente, ¿quién va a condenar al infanticida de sueños pueriles?

            Mamás sabía de mi sufrimiento, pero nunca adivinó la causa que lo provocaba. Ese afán suyo por transformar la realidad nos llevaba todas las tardes de los viernes a la biblioteca. Todas las semanas sacaba una novela romántica, de amores irreales bendecidos por Cupido. Por aquel entonces, yo ya era conocedora de la inexistencia de príncipes azules, aunque fantaseaba con intrépidos  personajes que defendían a ultranza la verdad, es por este motivo por lo que en mi elección siempre había libros de aventuras. Para ti el fin de semana empezaba en el bar y acababa en mi cama. La borrachera no te permitía discernir entre el bien y el mal, pero sé que aún ebrio eras consciente de lo que deseabas, y yo me convertía en el objeto para obtenerlo. Durante algún tiempo no sospeché del peligro que se corre cuando habitas sobre la cornisa de un mundo ficticio y me dejé llevar por las fantasías maternas. Utilicé los libros como llaves que posibilitan la apertura de puertas que facultan la entrada a otros reinos, y me perdí. Tuve que haber buscado antes la salida y no lo hice, pero el final llegó del modo más insospechado.

            Los sábados por la mañana hacíamos la compra para el resto de la semana. Mientras me mandaba ir a comprar pan, ella adquiría una rosa carmesí que guardaba celosamente dentro de su bolso. Una vez que entrábamos en casa depositaba la flor sobre la mesa del comedor y con una amplia sonrisa te echaba un piropo nunca merecido:

            —Tu padre, ¡qué encantador que es! Nunca olvida regalarme una rosa.

            — ¿Te traigo un vaso con agua y la pones dentro? —la preguntaba yo siguiendo el delirio que la permitía soportar su trágica vida.

            Y así un año y otro, las dos fuera de la razón, agriándonos el carácter y avanzando, temerosamente, hacia la perdición.

            Nuestros gustos por la literatura cambiaron. Mi madre empezó a demostrar curiosidad por tratados de medicina y química, abandonando la lectura de las novelas. Creí que esto era un buen augurio pues sería la única forma que había para que reconociera el error que había cometido al casarse y la estupidez de hacer perdurar dicha relación. Aquel periodo coincidió con la enfermedad de mi padre, y que a la larga le ocasionaría la muerte. En un primer momento los síntomas manifestados eran de indigestión. Visitamos a varios galenos, pero aunque las transaminasas estaban un poco elevadas, nadie aducía la dolencia a ello. Una madrugada, antes de que los primeros rayos del naciente sol pintaran el mundo con sus vivos colores, mi padre se despertó tosiendo estrepitosamente. Cuando encendimos la luz contemplamos una lluvia de granates gotas que regaban el edredón, la pared y mi rostro. Sí, pude haberme apartado, pero no lo deseé. Agarrando sus desfallecidas manos, tiré de él y con la rabia diabólica que había sabido abonar durante tantos años, le miré fijamente a los ojos y repleta de confianza le increpé:

            — ¡Muere!

            Después de enterrar a mi padre, mamá regresó a sus novelas y volvió a perderse en su inverosímil mundo.

            El hábito de sacar un libro los viernes por la tarde sigue estando presente en mí. Ya no leo libros de aventuras, la vida es una aventura en sí en la que estamos obligados a ser protagonistas y no personajes secundarios. He adquirido un gusto desmedido por la novela policiaca y al igual que mi madre he relegado para otra ocasión los ejemplares que tratan de química. Posiblemente en un futuro no muy lejano me vea acuciada a introducirme en el terreno de la psicología clínica. Necesito saber cómo puedo desembarazarme de su gélida alma que me quema por dentro. La gran distancia que separa la vida de la muerte nos ha encadenado para siempre.

jueves, 10 de mayo de 2012

Paco. Fotografía. Viernes 4/5/12

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Namaste

          El colombiano ó  el sudaca ó el panchito ó  el costa rícense ó el extranjero a secas como le nombran las más de las veces, para un instante, deja la tarea, levanta la cabeza y se aparta el pelo de la frente con la mano vuelta. Otro de la cuadrilla le ofrece un trago, es agua.
         —¡No te pago para que contemples el cielo! —arrea con furia el capataz al obrero Gautam.
         Agosto, casi las dos de la tarde en la plaza castellana. La cuadrilla, todos  foráneos, cubre de losas de hormigón en diferentes tonos de gris la que es  pista habitual de baile durante las fiestas del pueblo.
          —¿Es que no paran a comer? —se interesa un jubilado que va a tomar café.
          El protagonista es de Asia, pero le confunden mucho con los sudamericanos porque su piel es oscura, esta muy curtido y su cara de rasgos limpios, casi se oculta por un largo pelo muy liso y muy negro. El chico no suda apenas.

          En realidad ahora mismo no descansa, añora… esta ensoñando. Esta pausa, por un momento, le hace retroceder varios años. Del bolsillo interior de la camisa saca una  fotografía, la que lleva siempre en la cartera. Es de hace seis años, aun estaba en Nepal, a mas de siete mil metros sobre el nivel del mar; se la hizo un turista de los muchos que pasan cada año por Lumbini, su pueblo, en la región de Terai. Un hombre joven con una Polaroid 635. La estampa se deslizó por debajo de la cámara pocos minutos después de  escuchar el “clik”.
          —¡Toma! …  para ti —le dijo en español.
          En la imagen acababa de cumplir los diecisiete, pero su  apariencia es más joven que los occidentales de doce. En sus pies ya sumaba varios kilómetros por  senderos de montañas guiando a gente de diferentes nacionalidades. De unos y otros fue ampliando su vocabulario. Otro poco se le pego trabajando en el hotel.
          Al principio del verano boreal las montañas engañan, con su verdor amable la dureza de su transito, tampoco los rasgos suaves de Gautam sugieren el hambre que pasó en  aquella época.
          —What´s your name?  —recuerda que le preguntó el barbudo con una sombría convicción de superioridad.
          —Sunder Gautam —contesto él con el sencillo orgullo de los pobres, el de los de su casta de intocables, la de los  Harijans.
          –¿Cómo? –pidió aclarar el del acento de meseta castellana.

          Por entonces de día en día se notaba la escasez de alimentos allí. Cada año era más difícil obtener la cosecha de cereales para todos: muy poco de cebada, algo de mijo africano, escaso de trigo. Por alguna razón el consumo de la moha se había dejado de lado por el arroz, a pesar de ser una buena fuente de nutrientes. En su familia, la mayor parte de los días estaban comiendo los restos de la puja, algo de arroz, alguna fruta y pétalos de flores. De arroz llegaba poco y tarde.

          No fue fácil  largarse a cualquier parte, mas, en Terai no había que hacer. España es la palabra que tenía  en su memoria. Y aquí llegó.

          Sunder Gautam guarda la fotografía en su sito, se refresca un poco el cuello con la mano, echa un trago largo de agua del botijo y vuelve a su tarea de macear las baldosas con la tabla y el martillo de goma. Solo quedan diez minutos para el almuerzo. El capataz esta meando.

miércoles, 9 de mayo de 2012

FOTOGRAFÍA (licinio)


—Pero qué hacéis, estáis tontos. Abrid ahora mismo si no queréis que os muela a palos.
—Ja, Ja, ahora te vas a pasar un buen rato ahí, con el muerto. A ver qué valiente eres.
—Abre, Quique, por favor, que esto no es ninguna broma.
—No. No pienso abrir ni aunque te pongas de rodillas.
—Reyes, tú no eres tan mala como esa sanguijuela de tu primo, ábreme, te lo ruego.
—No, Julito, no. Reyes tampoco te abrirá y te vas a quedar ahí dentro hasta que vuelva la abuela de la estación. No te quejes que no será más de una hora, justo la mitad de lo que tú me tuviste en la carbonera de la escuela. O es que ya no te acuerdas.
—Quique, escucha, lo de la carbonera no fue idea mía, de verdad, me obligó Ramón, el fiscal, ya sabes cómo se las gasta. Además, en la carbonera no había ningún muerto.
—No, no había muertos, solo había un millón de cucarachas asquerosas que se me subían por las piernas y tenía que sacudirlas a monotazos, mientras vosotros os mondabais de la risa. Bueno, ya está bien de cháchara, nos vamos a jugar con Belén, tu queridísima novia, muá, muá, muá. Adiós.

Se oyó un portazo seguido de unas risas que se alejaban, y toda la casa quedó en silencio.

—Quique, Quique. Si me abres te devuelvo el imán que te gané a las cañoritas, te lo prometo —grité con todas mis fuerzas y ninguna esperanza. Los dos se habían ido. Ya nadie me oía.
Juré a voces que los mataría, a los dos. Después de sacarles los ojos, después de partirles las piernas y los brazos, después de destrozar sus narices, orejas y morros a mordiscos, después de arrancarles las uñas, después de… ¡Brrrr!

La habitación donde mis primos me encerraron a traición era la más fría y oscura de la casa, los abuelos la llamaban “la bodega” y se usaba de despensa. La pared de enfrente estaba casi tapada por un gran armario de obra con estantes de madera donde se guardaban las conservas, las patatas, el arroz, los fideos y las legumbres. A la izquierda según entrabas había un banco de madera sobre el que se ponían las zafras de la leche recién ordeñada. Colgados de las vigas, había largos palos de los que pendían chorizos, lomos y un jamón previamente ahumados en la hornera. Suspendido del techo, en la esquina del fondo a la derecha, llamaba la atención un armazón cuadrado de madera, tapado con tela de alambre muy fina, que llamábamos “mosquera” y servía para guardar carne fresca y queso. Todo eso siempre estaba allí, y olía muy bien, sobre todo al atardecer, cuando llegabas a casa con más hambre que un lobo, y la abuela te mandaba por un chorizo. Pero hoy, en medio de la oscuridad, también estaba el muerto. Lo habíamos matado ayer muy temprano.
Podía acercarme a la ventana enrejada y abrir las contras para que entrara un poco de luz, pero una fuerza invencible me mantenía pegado a la puerta. No me atrevía ni a mirar atrás. Sabía que él estaba allí, colgado boca abajo, y solo imaginarme frente a su cuerpo blanco, casi rosa la piel de tan limpia, me paralizaba. Es curioso, cuando era nuestro prisionero y estaba vivo no me daba miedo, es más, me gustaba darle de comer y rascarle la cabeza y la espalda con un palo, y él se quedaba todo quieto y lo agradecía con leves gruñidos de placer. Sin embargo, ahora, que está muerto, me aterroriza estar a su lado.
Después de varios intentos, pude volver un poco la vista hacia el cadáver. Qué espanto, un hilillo de sangre medio seca colgaba de sus narices de dos cañones, y había formado un pequeño charco brillante en el suelo. Sus ojos inútiles estaban cerrados por pestañas de pelo rubio muy fosco. Qué me puede pasar, pensé para tranquilizarme. Nada. Los muertos no hacen nada. En esto se oyó un crujido de madera y casi se me para el corazón. Probablemente ha sido el palo del que está colgado por los talones. Dios mío, que no se caiga. Si cae sobre mí, me muero.

Palpé la pared a mi izquierda hasta encontrar el banco donde se colocan las zafras de la leche. Había hueco y me senté muy despacio, como si temiera hacer ruido y despertarlo. Apoyé la cabeza en mis rodillas, cerré los ojos y me puse a rezar. Sí, sí, no se me ocurrió otra cosa que rezar. Para qué, no lo sé, pero acudieron a mis labios, sin yo proponérmelo, todas las oraciones que aprendí en la catequesis de la primera comunión. Salves, padrenuestros, glorias, salmos y alabanzas se peleaban por salir las primeras.

De pronto, oí un ruido y me incorporé en el banco, ahora reluciente de aluminio de lecheras. No sabía cuanto tiempo había pasado. Levanté las manos para proteger mis ojos habituados a la oscuridad y, a través de la luz cegadora que entraba por la puerta abierta, pude ver la silueta de mi abuela, plantada en el umbral.

—Pero qué haces tú aquí. Vaya un sitio para echarse a dormir. ¿No tienes miedo al gocho? —yo, aturdido, negué con la cabeza—. Pues serás el único que no le tienes miedo, hijo. Anda, llena este plato de patatas, y ven a ayudarme a hacer la comida, que tus primos estarán a punto de llegar.

Sentí una extraña mezcla de alegría, vergüenza y rabia. No conté lo que había ocurrido, no quise enredar a la abuela con nuestras guerras de niños. Fue entonces, mientras pelaba las patatas, cuando concebí la más cruel de mis venganzas, pero esa es otra historia.

martes, 8 de mayo de 2012

Ejercicio propuesto. Óscar.

Pobre borracha


Pobre borracha, que arrastras un pie en pos del otro sin avanzar un solo centímetro, portando en la espalda el peso de una vida de vidrio blanco. Nunca tendrás hijos, tu hogar huele a perdición y olvido. Nunca encontraras la felicidad, crees que está en el fondo de la próxima botella, ahí nunca estuvo, y lo sabes. Es más fácil, perderse entre vapores etílicos, que reconocer las verdades. Cuando al día siguiente, tus fantasmas busquen tu mirada con la suya, bastará con ponerse otra venda de alcohol y pena. Tú que bien sabes que es perder sin haber ganado, buscarás tu propia ruina, antes que llevar una vida.
María, se levanta, como cada día. Busca en el frigorífico que echarle al vino, como cada día. Se lava un poco la cara, se atusa un poco el pelo. No busca su reflejo en el espejo, por si lo encuentra. Se viste y se lanza a la calle, sin prisa. No hay nada que hacer, no hay nada que decir, ni hay nadie con quien hacerlo. La misma rutina, como cada día. Comprar un poco de leche y mucho vino, como cada día. No sabe como la sentará el primer trago en el bar, puede que hoy consiga llegar a casa y no acabe tirada el portal, como cada día.
Ella no lo sabe, pero hoy, no es como cada día. Caminando despacio por la calle, se encuentra con una vieja amiga.
—Me alegra mucho verte. ¿Qué es de tú vida?
—Estoy donde siempre, haciendo lo de siempre.
— ¿Qué es de tu marido y los chicos?
—Murieron, y yo con ellos.

Ejercicio 11.2 Oscar

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EJERCICIO 11.2

“previsible”: Como gran guerrero que es, lucha y vence a sus enemigos.
“menos previsible”: Huye como la rata que en realidad es. Como nunca quedaba nadie, el vendía que era el único que había sobrevivido. Huía y envenenaba a todo el mundo.

Ahí tenéis al gran hombre, paladín sin parangón. Altivo y valeroso como ningún otro. Audaz donde los haya. El mejor hombre del shogun. Postraos ante él, mostrarle el respeto que se le debe al mejor samurái que jamás pisó esta tierra. Tras el saludo ceremonial, que el gran Shogun Nayeda impuso para su mejor samurái, levanta su abanico para indicar el comienzo de la lectura.

Por haber traicionado a sus hombres en el transcurso de la batalla por la defensa de Edo. Recurriendo para ello a la deshonra, huyendo con sus cuatro guerreros más valientes, su guardia personal. Por haber usado veneno para acabar con los invasores a costa de todas las mujeres y los niños que quedaban en la fortaleza, mientras el huía como un cobarde. Es el deber de nuestro señor Fukushima Nayeda, el condenarle a muerte con deshonor.

“previsible”: llama al número casa y pregunta por el dueño.
“menos previsible”: al llamar a ese número, se da cuenta que es su casa, que su mujer tiene otro marido de lunes a viernes cuando el no está.

Hoy, Pedro emprende el camino a su hogar, sabiendo que es una penosa tarea. Agradece que su mujer y sus hijos estén con la abuela enferma, repitiendo una y otra vez, las razones de su despido. Salmodia del final de una vida. Camina despacio, cabizbajo y con los ojos llenos de lágrimas. Entre sollozo y sollozo, descubre una agenda caída en el suelo. De repente, un rayo de esperanza recorre su alma, puede ser útil otra vez. Quizás la última vez. Corre mientras finaliza su recorrido. Entra en casa como un huracán, se lanza a por el teléfono, presa del nerviosismo. Marca y espera. Uno, dos, tres,…Comunica. Vuelve a marcar, despacio, a ver si te has equivocado. Uno, dos, tres,…Comunica. En el número que tiene el nombre “casa” no contestan. Llamaré al que pone “esposa - móvil”. Uno, dos, tres,…Dime mi amor. ¿Me echabas de menos?...Cuelga. Si era una esposa, la suya…Pero eso no es posible, repasa la agenda con cuidado. El mismo número de sus suegros, el mismos número del colegio de los niños,…Pero esa no es su letra, no son sus números…Se sienta en el sofá de casa, esperando sentado frente a la puerta de entrada. A las dos y algo una llave entra en la cerradura.

—Bienvenido a casa, marido de fin de diario.

Ejercicio 11.1 oscar


EJERCICIO 11.1

Para las propuestas siguientes, identifica la opción “previsible” y después ofrece otra “menos previsible”:


  1. Un joven que circula en su auto por una ciudad desconocida pierde la memoria. Aparece un anciano.
“previsible”: El anciano le indica el camino correcto, y le indica que hay algo en el aire por un accidente en una planta química.
“menos previsible”: El es el anciano.
  1. X desea la muerte de Z. Lo invita a comer.
“previsible”: Le echa veneno en la comida.
“menos previsible”: Z sabe que va a matarle haciendo que parezca natural, y se suicida para que el otro page por un asesinato que no ha existido.
  1. Alguien está por ser condenado a muerte. Aparece un testimonio de la defensa.
“previsible”: Han buscado a alguien que miente para salvarle.
“menos previsible”: Aparece un testigo que si dice la verdad, pero todo el mundo cree que miente, y como cada uno dice que estaba en un sítio diferente, no creen a nadie, y el hombre muere.
  1. Alguien está muy nervioso en su casa. Se corta la luz.
“previsible”: Se levanta da la luz y sorpresa, feliz cumpleaños.
“menos previsible”: El que se ha levantado, no es el hombre, es un asesino que venía a matarle, ahora tiene que matarles a todos.
  1. Un personaje anuncia que va a salir de viaje. Prepara el equipaje y se despide.
“previsible”: Alguien de la familia se ha puesto enfermo y ha de ir a cuidarle.
“menos previsible”: No va a cuidarle, va a matarle.
  1. Un guerrero funda un gran imperio. Sus enemigos lo sitian.
“previsible”: Como gran guerrero que es, lucha y vence a sus enemigos.
“menos previsible”: Huye como la rata que en realidad es. Como nunca quedaba nadie, el vendía que era el único que había sobrevivido. Huía y envenenaba a todo el mundo.
  1. Alguien anota en su agenda absolutamente todo lo que tiene que hacer. La pierde.
“previsible”: Le llaman al número que está en la portada y la recupera.
“menos previsible”: Es un testigo protegido y en la agenda no se ha dado cuenta y ha puesto su verdadero nombre. La encuentra un sicario y le mata.
  1. Alguien encuentra una agenda telefónica y quiere devolverla. El único dato del dueño es su nombre.
“previsible”: llama al número casa y pregunta por el dueño.
“menos previsible”: al llamar a ese número, se da cuenta que es su casa, que su mujer tiene otro marido de lunes a viernes cuando el no está.

viernes, 4 de mayo de 2012

Yo, yo mismo e irene.

Me gustaría proponeros algo, Un ejercicio sobre lo que l gente no puede hacer normamalmente, o no debe hacer. Una mujer  alchólica. Un hombre que es... Lo que me importa es queos evadais de Cliches. Pensad en lo que jamás podría ser, y hablad de eso. Oscar.

Blanca. Ejercicio 11.2


Ejercicio 11.2

2.2.-                                    CUENTAS SALDADAS

            — ¡Pues no veas las ganas que tenía de volver a verte! Y pensé: ¿por qué no le invito a comer y hablamos de nuestros buenos tiempos? ¿Recuerdas cuando te enrollaste con mi novia? Y no sólo eso, sino  que además lo fuiste divulgando por el pueblo. Bueno, esto ya lo he olvidado y te he perdonado. También he pasado por alto aquel hurto que cometimos en los grandes almacenes. Te voy a refrescar la memoria. Mangoneamos un móvil, te empeñaste en que me lo metiera yo en el bolsillo de mi pantalón, lo apantallaste con papel de aluminio, pero por lo que se ve lo hiciste mal, y cuando íbamos a salir de la tienda sonó la alarma. El guarda de seguridad nos paró y tú me preguntaste qué me había guardado. Pero, ya sabes lo que se dice de agua pasada. Tómate el cafecito y vamos a dar una vuelta para bajar la comida.

Metí la llave en la cerradura que estaba debajo de la botonera del ascensor. Me miró sorprendido porque no sabía que el paseo lo íbamos a dar lejos de donde nos encontrábamos, así que decidí explicárselo.

—Cogemos el coche y nos alejamos de este mundanal ruido. Ponte atrás porque el asiento de adelante está un poco sucio con una mancha parduzca que no puedo quitar. Tendré que darla con algún disolvente enzimático porque creo que es con lo que se va la sangre. Átate, no sea que tengamos un accidente y te vaya a pasar algo. Pues como te iba diciendo —retomé mi anterior conversación de sobremesa según subía por la rampa de salida— hay muchas cosas que ya he olvidado. Por ejemplo, el viaje aquel que nos hicimos con el coche de mi padre, el cual estrellaste y encima sin carnet de conducir. Un mes sin salir de casa y un año sin paga. Por cierto, no sé cómo llegaste a convencerme para que me auto inculpara. Desconozco cuál es el motivo por el que te lo estoy contando porque el pasado, pasado está. Lo del embarazo de mi hermana, fue un golpe bajo. No entiendo por qué se caso contigo. Yo en su lugar hubiera abortado, pero claro como tienes ese encanto que las encandilas a todas, pues haces de ellas lo que te da la gana.

Miré por el espejo retrovisor para ver la cara de estupefacción que iba a poner cuando se diera cuenta hacia donde nos dirigíamos. Constaté tu sorpresa cuando abandonamos la carretera principal y nos encaminamos cuesta arriba, por un camino mal asfaltado, cuya meta era el cementerio.

—Te estarás preguntando por qué te traigo aquí —le comenté según apagaba el motor y me deshacía del cinturón de seguridad— pues para hablar tranquilamente de lo que me hiciste y nunca he sabido perdonarte. Entra, que la puerta está abierta —le invité mientras empujaba la verja de hierro—. Haz memoria en dónde está la lápida en la que pusiste mi nombre con mis apellidos y la futura fecha del fallecimiento, que curiosamente, coincide con el día de hoy. Si lo has olvidado no te preocupes, yo no he conseguido quitármelo nunca de mi cabeza. Ya sabes que era, y sigo siendo una persona muy impresionable, y desde aquella bromita tuya para reíros todos los de la pandilla pues no sé que me dio en la cabeza que desde entonces estoy rumiando el desenlace. Ya hemos llegado, como verás, la fecha la sigo manteniendo, tan sólo he variado el epígrafe. Si deseas añadir algo, será mejor que empieces porque se te está haciendo tarde.

Se quedó paralizado, aturdido y confuso. Experimenté esa sensación de seguridad que se percibe en las personas con confianza en si mismas y que yo nunca había sentido anteriormente. Agarré un bate de beisbol que tenía guardado detrás del árbol que proyectaba sombra a la tumba y con toda la furia que pude golpeé la piedra hasta romper el palo.

—Ahí te quedas, imbécil —le grité mientras me largaba muy digno.


Blanca. Ejercicio 11.1


Ejercicio 11.1

1.1.- Cuando recupera la memoria se ha convertido en un anciano.

1.2.- Realmente no ha perdido la memoria. El joven ha sido atacado por un organismo que le ha arrebatado el cerebro, transfiriendo parte de dicho cerebro a un anciano y obligando al joven realizar acciones mecánicas.



2.1.- Le echa veneno en la comida.

2.2.- Después de comer lo lleva de paseo al cementerio para devolverle una broma de la que fue víctima hace años.



3.1.- Todo el proceso cambia porque se demuestra la inocencia del acusado.

3.2.- El asesinado era el juez. El que suplanta la identidad al magistrado es el verdadero criminal, que ha conseguido llevar el juicio por los derroteros que a él le conviene, buscando un culpable y de esta manera esconder un caso de corrupción administrativa.



4.1.- Baja al cuadro de los contadores y sube el magnetotérmico.

4.2.- No puede soportar el estar sin luz, es algo superior a sus fuerzas, le falta el aire, se marea, etc. El exterior está iluminado por la luna y el tenue alumbrado de las farolas. Acerca una silla a la ventana, se encarama al alféizar. Se sienta en el rebaje de la parte externa de la ventana con los pies colgando del vacío. Allí se tranquiliza y espera hasta que vuelva la luz o que amanezca.



5.1.- Se va a trabajar. Es un comercial.

5.2.- Toma la maleta, se pone la gabardina y se mete en la bañera. Se sienta cómodo y abre el grifo de la ducha. Por fin llegó el gran día en el que podría realizar el viaje de sus sueños. Contempla como una lluvia de meteoritos cristalinos golpean su vehículo espacial, la bañera, pero él, comandante en jefe de la nave espacial sabe que una vez pasada la tormenta de asteroides, el trayecto que le queda para llegar a Alfa Centauro, será tranquilo.



6.1.- Sus enemigos se aburren y se largan. Las murallas del imperio eran inexpugnables.

6.2.- Les piden a los que les están sitiando que se vayan un poco más para atrás porque les están proyectando sombras. Luego les echan la ropa sucia por la muralla y les indican la dirección del río, requiriéndoles que hagan la colada. Les arrojan unas monedas y ordenan que vayan al pueblo de al lado a comprar pan.



7.1.- No se desespera. Sólo por el hecho de haberlo apuntado se acuerda de todo.

7.2.- El que pierde la agenda es Belzebú. Se le olvida absolutamente todo lo que tenía que hacer. De este modo, los apresados en el infierno huyen de tanto calor y ascienden al cielo. San Pedro, agobiado por la cantidad de almas que le llegan, algunas en muy mal estado, solicita la ayuda de Dios. Éste y sus ángeles bloquean la entrada al paraíso de tanto malvado y los vuelven a enviar a las calderas de Pedro Botero. El Creador apunta las labores que debe de realizar el diablo en unas tablas de piedra, al igual que hizo con Moisés. Además está tan cabreado por trabajar en domingo y por el extravío de la agenda, no sea que algún ángel más vaya a actuar incorrectamente y entonces tenga dos diablos, que arroja el tratado sobre la cocorota de Satán, rompiéndole un cuerno. El demonio no sólo recobra la memoria, sino que además la ira le puede, por lo que de vuelta al Fuego Eterno, apaga éste con un extintor y abre la puerta a los condenados, entregándoles un plano con instrucciones de cómo colarse en el Reino de los Cielos.

jueves, 3 de mayo de 2012

Oscar. A nivel personal.

Hay dos cosas que quisiera decir, una. Ahora que mi curso ha terminado, poco hago a parte de escribir. Por lo que mi puerta está abierta a cualquier nevesidad que os surga, que no me suponga dinero claro, y que mi colaboración con vosotros es plena. Por mi parte, si alguien quiere darme caña, lo agradezco y lo busco.

Ejercicio 10.2 Oscar.


             ¡Qué cansado estoy la virgen! Después de un duro día de trabajo es una gozada llegar a la habitación y poder tumbarme en la camaza un rato. Que dolor de pies. Hace diez años empecé en esto pensando que era un chollo, ser representante para  una empresa de electricidad iba a ser el trabajo del siglo. Un sueldo increíble, horario propio y no tener que dar cuentas ante nadie. Pero hay de mí, en seguida me di cuenta, nadie ata los perros con longanizas. No tenía horarios ni jefes, pero si no cumplo los objetivos de venta cobro una mierda, si no visito a los clientes me los quitan, si no aumento la cartera contratan más comerciales. El sueldo ya no es tan bueno como era antes, me lo han sacado del pellejo a base de bien. Llevo tres días en la convención y no he hecho más que pasar de un stand a otro peleando me por robarles clientes a los demás mientras lucho porque no me roben los míos. Además, la competencia cada día es más feroz, un montón de niñatos recién salidos de la carrera con mucha más preparación y más listos que yo. Cada día me cuesta más esfuerzo y más horas cumplir con lo que me ordenan. Es más, los objetivos de ventas cada día están más fuera de la realidad.
            Abro la cartera, saco la foto de mi mujer y mis hijos. Que éramos entonces, que felices son ahora con Mark. Es un buen hombre que dedica a los niños el tiempo que yo no puedo. No se casan para no perder la pensión, la muy zorra. ¡Como les odio!
            Alguien ha dejado un regalo para mí, creía que nadie se acordaba de mi cumpleaños. Recojo el paquete, se mota que alguien ha puesto esmero en él, el delicado papel rojo con dibujos dorados a juego con una cinta verde y roja ribeteada en dorado. Con que delicadeza han doblado los bordes y han cerrado el paquete sin usar celo. Preciosa caja, es una caja de cartón de los veinte duros con algodón dentro, pero bonita. Decorada en negro con esquineros latonados y un pequeño espacio para poner etiquetas con mi nombre. Y dentro… ¡un corazón sanguinolento y palpitante! Pegando pequeños botes al ritmo del palpitar.
            Me despierto sobresaltado, como si tuviera un resorte en la espalda, me incorporo de un solo golpe, que susto madre mía. Me he quedado dormido, que mal lo he pasado.
            Me tomo una larga y relajante ducha, es una de las cosas que más me gusta en el mundo. Después de un duro día de trabajo, me lleva a mundos en los que solo mi imaginación gobierna, el único rincón de mi vida donde puedo decir que soy yo el que tiene las riendas de mi vida. Pero hoy no es así, ni el agua caliente ha podido borrar la imagen de mi corazón latiendo al son de la muerte, sí era mi corazón. No sé como lo sé pero algo en mi mente está intentando avisarme de algo. No, no puede ser, es una tontería.
            Apago la tele, acabo de tener mi ración de sexo diaria con el canal de porno del hotel, y como no ponen nada interesante me bajaré a tomar un trago al bar.
            Todos los bares de hotel me parecen iguales, lugares fríos y desolados en los que solo paran algunos desahuciados y señoras mayores jugando al bridge. Largo y estrecho con paneles de capitoné burdeos y apliques dorados por todas partes, no sé si estuvo de moda alguna vez, pero ahora es más cure que vintage. Me siento en uno de los bancos corridos con forma de u, llamo al camarero y me pongo nervioso con el espejo inclinado que preside la mesa. Puede que yo sea un tipo aprensivo, pero esos espejos siempre me dan mala espina.
—Un  Jack Daniel´s one barrel con hielo, por favor. — siempre lo pido aún a sabiendas que tendré que conformarme con un nº7, me encanta su sabor y de vez en cuando algún barman me sorprende y me lo sirve.
—Sí señor, en seguida.
—Gracias. —Parece que al final no va a ser tan mal cumpleaños. —

Ejercicio 10.1 Oscar.


Pobre niño, míralo hay sentado junto a ese árbol. Está en el mejor momento, en el mejor sitio, y sin embargo no es feliz.

—Como puede ser eso, si la vida te sonríe muchacho.
—Si yo quiero querer, pero el corazón no deja.
—Tienes cinco años, y las penas ya te rondan el corazón. Si apenas has empezado a navegar, ¿cómo puedes ir tras la estrella polar en rumbo Sur? Esas son cosas de mayores.
—No sé si el amor es cosa de mayores, pero la timidez es del tiempo.
— ¿Cómo? Acaso es problema de timidez.
—El problema es ella, ¡es tan guapa! Y yo, tan poca cosa.
—Pero ella es una chica y tú un chico ¿Qué puede pasar entre los dos que tan sea malo?

            Nunca supe cómo ayudar a los humanos, solo sé gustarles por mis flores, alimentarles con mis frutos o darles mi calor y mi sangre. Cien años viéndoles pasar, viéndoles crecer y viéndoles convertirse en una sociedad adulta, egoísta pero adulta. Ojalá supiera enseñarles el sendero del tiempo. Ojalá, pudiera enseñarles de nuevo lo que antaño supieron. La madre natura tenía puesta sus esperanzas en aquellos, en los que escaparon sobre barcos de piedra; Pascua, Australia, Nueva Zelanda,… ellos también fallaron. Aún quedan unos pocos que todavía saben del camino secreto, pero tarde o temprano los encontrarán y nuestras esperanzas se perderán para siempre.

—Árbol.
—Dime, mi niño.
— ¿Seré así de tímido toda la vida?
—Puede ¿Acaso importa?
—Sí, ser tímido duele. Sé lo que quiero decir. Mas, las palabras se atragantan, se trastabillan intentando salir, se hacen pelota en la punta de la lengua, y de ahí no pasan.
—Cada uno nos expresamos como podemos, a mí me duele ver a los hombres destruyendo lo que nos sostiene a todos. ¡Si no estuvierais tan sordos!
—Yo, siempre te hice caso papa árbol.
—Pero te harás mayor y te olvidaras de cómo se habla conmigo. Seré un sueño infantil.
—Yo ¡nunca  te dejaré!
—Lo han intentado las hadas y los gnomos, el viento y el mar, el fuego y el rayo, pero por mucho que hagamos siempre os olvidáis.

            Cuanta tristeza bajo la piel de la madre naturaleza, el mundo se queja y los mayores no le escuchan. Yo escucho, pero no sirve de nada. Ella está hay delante y no la puedo decir lo que siento. A padre le cuento lo hablo de ti, y no me cree. Ayer me dijo que le gustaba. Me pidió ir al baile conmigo. Pero ahí me quedé yo, plantado, sin decir nada. Ella se fue llorando, y mi alma se rompía un poquito con cada lágrima que resbalaba de su mejilla. Hice, lo que más temía. Hice, lo que el mundo me prohibía. Hice, lo que mi alma me impedía. La hice llorar.

—No te sientas triste niño, hiciste lo que podías.
—La hice sufrir, es culpa mía.
—Lo que paso, no lo puedes cambiar, pero si puedes arreglar lo que no ha pasado todavía.
—Arreglaré lo que pueda, el mal que nunca debió hacerse, ya está hecho. Solo queda mejorar.