(corregido el 10/2/13)
Fue un día difícil para Tesa. Los pésames, las marcas de carmín en la
mejilla con olor a colonia barata, la diadema que le apretaba la cabeza
como si fuese de hierro y el cuello del vestido tan almidonado que le
costaba tragar saliva. Lo peor, sin embargo, fue la ausencia de
lágrimas. Su madre le pegó cuando volvieron del funeral por lo que ella
llamaba una "insensibilidad" cruel ante la muerte del padre. Pero las bofetadas no consiguieron humedecer sus ojos.
Cuando su madre se fue esa tarde al trabajo, entró en al dormitorio
conyugal, abrió el cajón, cogió la cajetilla de tabaco y salió a la
calle. Su vecina Ester, de trece años como ella, fumaba dando paseos por
la carretera. Aquel día se había pintado los labios de rojo. Tesa
avanzó hasta llegar a su altura y le pidió fuego. Luego se quedaron
juntas lanzando caladas.
No quiso subir al coche que se detuvo frente a ambas. El conductor era pelirrojo y le
recordaba a ya-sabes-quién, le dijo a su vecina. Ester le sonrió con
una mueca antes de cerrar la portezuela. Al ver el coche alejándose
calle abajo, Tesa sintió un dolor conocido en el pecho y, por fin, dejó
escapar el llanto.
(Inspirado en la fotografía)