Felipe por el parque
Sábado por la
mañana, mediados de mayo, Felipe no
tiene clase, camina despistado por el parque, ha quedado con sus amiguitos
alrededor del estanque para jugar un rato. Va despreocupado, más bien ido, embutido
en sus pensamientos aunque no piensa en
nada concreto, ni en que juego quiere jugar, o si le apetece escarbar en la arena.
El trabajo de la
primavera luce esplendoroso en este jardín tan mimado. Al camino de tierra asaltan
pájaros buscando alguna pipa renunciada, jilgueros comunes revolotean entre los
álamos. El chaval agradece las manchas de sombra que dibujan las grandes
coníferas, mira al suelo, una ardilla cruza muy rápida el camino y se pierde en
su ascenso en la copa del pino.
Felipe se mueve
lentamente observando el césped y fijándose en cualquier leve grieta de su
senda en busca de hormiguitas. Las abejas que rodean los macizos de romero
florecido percuten con su zumbido el oído del pibe. Hoy no ha ido a la escuela,
esta feliz, tararea una canción, siente unas ganas terribles de echar a correr.
Allá, de pronto, descubre a la chica, se para en seco, se toca
la frente, piensa:
“¡Ostras! ¿Que veo?, una piba preciosa
sentada en un banco. Esta esperando a un tipo como yo, seguro”.
—¡Buuaa…! que pelazo
tiene, largísimo —dice susurrando según se va acercando—y es morena como a mi
me gusta.
Ilusionado se
toca el mentón, una brisa muy ligera le levanta el flequillo.
—¡Como mola esa
piba! —acierta a decir en voz baja sin parar de andar— Se parece mucho a
Muriel.
Una ligera
zozobra le acelera el corazón, rápido,
quiere saber quien es. Se ha puesto nervioso, aligera el paso, en su
interior va cavilando:
“Hace como que lee, pero seguro que quiere
que alguien la entretenga un rato. Voy a
preguntarla su nombre y la voy a decir que me gusta mucho, que es
preciosa, que es mi tipo de chica, que me encanta su pelo, y que si me permite
sentarme a su lado, que no la voy a molestar, que solo quiero mirarla”
El niño se ilusiona,
se le ha acelerado el pulso, cada vez más
nervioso, quiere llegar ya a su lado, su cabeza no para:
“Sigue ahí, atenta solo al libro.., que no
disimule, a mi no me engaña, me ha visto perfectamente, pero quiere hacerse la
interesante…, no levanta la vista, silbaré
un poco, mi infalible chiflido de tía buena”
—¡huuf….uuhh!
“Ni caso…¡Ostras, es guapísima!, que digo,
es un pibón, que bien le queda la camiseta tan ajustada… las dos…espero que levante los ojos…
—¡huuf….uuhh!
“No hay manera…”
—¡Hola!, … ¿Hola?
—pletórico de ilusión el amigo de Manolito.
—¿Tiene hora? —pregunta
expectante Felipe.
“Se
hace la sorda o no me ha oído” cree inocente.
Ahora aclara la
voz, sube en tono
—Perdón señorita
—grita—, ¿Qué hora es?
Imperturbable, la
muchacha no pierde ripio de su quehacer. Algo se quebranta en el interior del
chico que sigue rumiando:
“Ni ha mirado…, que antipática…, que situación
tan bochornosa…, si no eres de cuarto ni te miran, esta claro. Si fuera ingeniero seguro que estaría detrás
de mí…, no me la quitaría de encima”.
Felipe camina
cabizbajo, se apaga poco a poco, se dirige a la hierba, aún le queda una miaja
de esperanza y se vuelve:
“Nada… si que tiene que ser interesante el
libro…, ni por curiosidad…, ni siquiera de reojo se ha dignado mirarme…, me siento avergonzado, no puedo dar un paso…,
que bochorno.”
El muchacho gira
la cabeza una vez más:
“Definitivamente pasa de mí, que ridículo me siento…, me quiero morir. ¿ Será
esto lo que dice Mafalda que tienes el alma, “pichiruchi”? Tengo ganas de
llorar, lo haría si no me viera nadie…, ni siquiera ha levantado la mirada…, no
existo, me ignora, ¿que puedo hacer? Va a tener razón Susana cuando dice que soy “el llanero solterón”.
El pibe busca la
sombra, se sienta con los brazos caídos y
las manos entre las piernas. Mira sin entusiasmo una fila de hormigas, se siente una hormiguita
“No estoy nervioso, solo soy un papafrita.
Mejor estaría haciendo los deberes en mi
casa. …Igual es una chica muy mayor para mí…,
¡ja!..., lo que la pasa es que es
una creída…, y tampoco es tan guapa…, parece un fideo de los largos..., y ademas tiene mucha papada. Seguro que es una
aburrida. ¡Mierda!... que se quede con su lectura “tan interesante”.
Felipe coge una
ramita de seto y con la punta escarba en
la tierra, mientras en su mente lo da vueltas:
¿Lograría
un psicoanalista aliviarme de esta angustia de ser ignorado? No se me ocurre nada. Muriel tampoco sabe que
existo. Puede que no se vaya a enterar nunca. ¡Jorobare!. Creo que mejor me voy
a la guerra.