sábado, 25 de julio de 2015

Despieza-relatos 3: Una rosa para Emily, de William Faulkner

El jueves 23 de julio, además de homenajear a Diego por su cumpleaños y recibir su amable invitación, abordamos el tercer y último despieza-relatos de este verano, que tuvo por objeto una de las narraciones cortas más afamadas de Faulkner: Una rosa para Emily. Con ella concluimos esta serie dedicada a los autores de la "Generación Perdida".
 

A Rose for Emily —escrita por Faulkner en 1930 y publicada por primera vez en 1931 como parte del libro de relatos Estos Trece— tiene bastante más “chicha” de lo que en principio se diría, deparando su lectura profunda no pocas sorpresas. Las diecisiete páginas con las que contaba en su inicial versión las condensó Faulkner en seis, eliminando casi dos tercios del material original en busca de concisión pero también de acentuar determinados rasgos enigmáticos. La narración está dividida en cinco capítulos, utilizando –dicen- técnicas del folletín. El relato puede ser leído aquí.

El autor

William Faulkner (New Albany, Misisipi, 1897, Byhalia, 1962) fue un excelente narrador y poeta norteamericano. Su obra, integrada por un buen número de novelas y relatos, además de poemas y piezas de otra índole, se hizo acreedora del Nobel de Literatura en 1949.

Su estilo narrativo se sitúa en las antípodas del de Ernest Hemingway, que analizamos la anterior semana. Si el de este se basaba en frases cortas y simples, con muy escasa subordinación y una pronunciada economía de tropos, la marca de la casa de Faulkner son las frases largas, serpenteantes, en las que juega de manera innovadora, como enseguida veremos, tanto con el tiempo del relato como con las perspectivas de la narración. Se le atribuye una influencia decisiva en la literatura sudamericana del siglo XX.

Tras dejar los estudios, Faulkner entró en el banco de su abuelo. Participó como piloto en la primera Guerra Mundial. Trabajó como pintor, cartero y luego como periodista hasta que, con la ayuda de Sherwood Anderson, encontró editor para su primera novela (La paga de los soldados, 1926). Algunas de sus principales obras son El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Santuario (1931), Luz de agosto (1932), ¡Absalón, Absalón! (1936) y Las palmeras salvajes (1939). Entre sus relatos más destacados se encuentra El oso y también el que hoy nos ocupa.

Una rosa para Emily

Estamos ante una pirueta literaria que enlaza el relato gótico (gótica es la anécdota central, pero también otros aspectos, desde la obsesión por la casa hasta la siguiente descripción: “parecía abotagada, como un cuerpo que hubiera estado sumergido largo tiempo en agua estancada”), una pirueta, decía, que enlaza lo gótico con las texturas del realismo mágico (hay una vinculación muy particular de este relato con Crónica de una muerte anunciada: inicio in extrema res, voz colectiva…). Se utiliza en él también la técnica del dato oculto que vimos en Hemingway: la escena crucial entre Emily y Homer Barron no aparece en el texto, somos nosotros los que debemos reconstruirla con los indicios que nos brinda el autor y nuestras propias intuiciones.

Espacio: la ciudad de Jefferson, en el condado imaginario de Yoknapatawpha (de cuya difícil y pintoresca pronunciación nos informó sabiamente Rocío), un territorio en el que Faulkner condensa las esencias del viejo Sur de los Estados Unidos y a partir del cual logra una mágica combinación de universalidad y localismo. En el relato tiene una importancia crucial la casa de los Grierson: se parte de la curiosidad por descubrir qué alberga en su interior, lo cual no se muestra al lector hasta los últimos párrafos.

Tiempo: en general, posterior a la derrota del Sur por los yanquis en la Guerra de Secesión. A partir de ahí, Faulkner construye un auténtico laberinto de tiempos, con constantes saltos atrás y adelante, en que la precisión se pierde a cambio de un efecto de gran movilidad y, por supuesto, consiguiendo “colocar” en las condiciones que él quiere los elementos esenciales de la trama que el autor va sembrando.

Protagonista: Emily Grierson, última representante de una tradición y un mundo extinguidos. Desbaratadas sus posibilidades de contraer matrimonio por las exigencias de su padre, poco después de la muerte de este inicia una relación con la persona menos indicada, un capataz yanqui de vida alegre llamado Homer Barron. El personaje de Emily es pintado por Faulkner con tintes enigmáticos (recordemos que redujo folios sobre todo para ello) e incluso contradictorios: una veces se nos presenta como baja y gruesa, y otras esbelta y delgada; unas veces es tildada de ángel y otras de “perversa”; la vemos dominando a las autoridades de la ciudad y sometida a la autoridad paterna… Por no hablar de otros misterios como sus clases de pintura china, hum...).

Narrador: sin duda, uno de los puntos fuertes del relato. Se trata de la voz de la colectividad, que, muchas veces en primera persona del plural, nos traslada las distintas impresiones, sentimientos y reacciones de Jefferson frente a las andanzas de la señorita Emily. Es un narrador “infrasciente” y también múltiple, portavoz de distintas opiniones y posturas –de unas generaciones y de otras, de los hombres y de las mujeres…-.

Ritmo: podríamos denominarlo “de vaivén”. Esa voz de la colectividad tan variable (¡en un mismo párrafo puede hablar desde la compasión y desde la sed de venganza!), junto al constante ir y venir de los tiempos y la propia elaboración de las frases, contribuye a configurar el ritmo peculiar de la historia, que no avanza hacia su culminación de manera directa sino zigzagueando, escatimando informaciones esenciales y distrayéndonos con otras que no lo son tanto.

Conflicto: la contraposición de tradiciones y clases sociales es el caldo de cultivo ideal para la intervención castrante del padre de la señorita Emily, que está en el origen del conflicto central de Una rosa…: la soledad amorosa de Emily y el fracaso (no sabemos el exacto motivo) de su relación con Homer Barron, que concluye con la muerte de este y el prolongado episodio de locura necrofílica que descubrimos al final.

Tema: para muchos analistas, el tema es el tiempo: Emily es una mujer de otro tiempo y a quien, además, se le ha pasado su tiempo. En su locura, por otro lado, lo que acaba negando es el transcurrir del tiempo: por eso se remite al coronel Sartoris, muerto hacía años. Por eso niega la realidad de la muerte de su padre. Por eso “petrifica” a su amante en el lecho nupcial, convertido en un lecho de muerte pero, sobre todo, en un escenario de negación del tiempo (“...un cuello y una corbata como si se hubieran acabado de quitar…”, "al pie de la silla, los calcetines y los zapatos").


Indicios a analizar: El intento, desde el primer párrafo, de despertar la curiosidad por lo que pudiera haber en el interior de la casa. La ambigüedad en la caracterización de Homer Barron (“frecuentaba el trato de los hombres”). La compra del arsénico, con su rasgo genial de humor (“Quiero arsénico. ¿Es bueno? -¿Que si es bueno el arsénico? Sí, señora”). El caso del olor que salía de la casa. La compra del juego de tocador para hombre con las iniciales H. B. El propio título, del que a mi juicio cabe hacer una doble interpretación, fúnebre y erótica: una rosa lanzada por el narrador en el entierro de Emily (“la ciudad entera fue a contemplar a la señorita Emily yaciendo bajo montones de flores”), pero también, puesto que la rosa simboliza la pasión, referencia a aquella noche pasional de Emily y Homer Barron, que la muerte, “el largo sueño que dura más que el amor”, convirtió en eterna.

Con lo cual, salvo error u omisión, y con los comentarios que queráis aportar, damos por concluidos los despieza-relatos de este caluroso 2015.

¡Feliz verano a todos!

3 comentarios:

  1. Muchas gracias por esta entrada y por la anterior, José Luis, has resumido muy bien los debates y las aportaciones :)

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  2. Q relato proporciona al lector los acontecimientos en este orden.numeralos y q quedé armado cronologicamente

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