Se van acercando las Navidades y, con ellas, siguen llegando las nuevas noticias. Además de todos los certámenes en los que Óscar ha quedado finalista (que eran cuatro ya hace quince días), las chicas vamos a terminar el año con otra mención.
Blanca y yo participamos en el XV Certamen de Relatos Breves del Ayuntamiento de Valladolid, y ayer hemos sabido el fallo. Blanca ha sido finalista con su relato "Los colores de la esperanza" y yo, accésit con "La coleccionista". Os los leeremos, si queréis, en la próxima sesión allá por el 11 de enero del nuevo año.
Ya sabéis que en el lateral derecho del blog tenéis la lista de todos los logros literarios de los miembros del Grupo Literario Parquesol.
Brindo por que el 2013 nos siga trayendo buenas letras y más amistad.
En
el letrero que se encontraba sobre la puerta se podía leer:
“JEFE DEL DEPARTAMENTO DE MEDICINA INTERNA”
Dr. D. J. González Ruíz
Un
individuo de pálido semblante, bajó el picaporte con el codo izquierdo porque
las manos las tenía ocupadas en sujetar un bulto de color verdoso que palpitaba
rítmicamente y que parecía salir del pecho.
El
médico mostró una silla al paciente indicándole que tomara asiento. Consternado
movió la cabeza de un sitio para otro y confirmó el diagnóstico.
—Como
bien le ha dicho mi colega, se trata de un caso de cardioitis atópica
—manifestó sin dirigir la mirada a los ojos del enfermo.
—Pero
doctor, hace menos de un año me dijeron que lo que me salió en la piel era una
dermatitis atópica y luego resultó ser varicela. Yo no sé medicina, pero parece
como si tuviera una coloración distinta a las imágenes que yo he visto en
internet —insistió el paciente preocupado.
Después de un merecido verano, parece que vamos regresando a los trabajos, a la ciudad, al ajetreo del mundanal ruido. En otras palabras, ya tenemos las neuronas activadas para la escritura, así que vamos a festejarlo empezando de nuevo el Taller sin más dilación.
Este viernes 21 a las 19 horas nos vemos en el Centro Cívico, Sala de Juntas.
Traed un relato (no muy largo, a ser posible).
Os haré propuestas de cómo he pensado enfocar esta segunda edición.
Queridos integrantes del Grupo Literario Parquesol:
Algún día debía llegar el broche final del Taller y este verano que parece adelantarse casi lo está pidiendo a gritos.
Mi intención es acudir el viernes 8 de junio al Centro Cívico, que asistáis los que podáis y que tengamos nuestra clausura de Taller, con celebración de tapitas como la última vez (quien quiera y pueda).
No habrá décimotercera sesión (mal número) así que aprovecharemos para leer y opinar sobre algún texto o ejercicio que hayáis escrito en este tiempo y queráis compartir. Que cada uno elija un relato y lo lleve ese día.
Eso no significa que el blog no siga activo, o que no se puedan seguir colgando ejercicios, al revés. Con más tiempo podemos ir opinando sobre lo que se ha dejado y colgar más cosas. Tampoco significa que no vaya a haber más reuniones, pero habrá que sondear la disponibilidad de aulas.
En fin, que me gustaría volver a reunirme con vosotros y disfrutar de vuestra compañía y vuestras creaciones. Habéis avanzado mucho, más de lo que pensáis. Gracias por lo que he aprendido de vosotros.
Si alguien tiene alguna sugerencia para ese día, que la escriba como comentario a este post, por favor.
Esperanza y anhelo resumen la mirada de esta joven con ojos que añoran lo que aun no ha ocurrido, lo que
puede que no ocurra nunca. Esconde su timidez
tras la rama seca que sujeta, unos palos desnudos que complementan la
pureza del alma que se intuye.
La mujer no se oculta, más bien se asoma,
levemente. Timidez aporta la nariz, discreta y exacta en su espacio. Su olfato
es el sentido al que saca más provecho. Nunca hasta ahora le ha fallado; según algunos
debería llamarlo intuición.
Ella es esos labios potentes, carnosos
sin carmín, dudosos para pronunciar “te quiero” en plurales, pero firmes cuando
la sentencia es sobre si misma, sobre su objetivo. Su boca prefiere el beso a
la palabra, el susurro al grito. Besa y se deja besar, y también no besa y
rechaza, nuca pide a otros labios.
Su piel blanca es como la miga del pan
poco cocido, es como la piel de Blanca, su madre, de ella ha heredado también la
luz que irradian los dos luceros de su cara. La llamaron Clara por eso, pero a
ella la gustaría llamarse Artemisa. Y ese es su link: “Artemisa”. Así firma en
los guaches que expone y sobre los volúmenes en piedra caliza que desbasta con
rabia cuando esta cabreada con la sociedad en general ó con Tomás en
particular.
Para sus amigos es Klara, y así lo aclara
siempre:
—Klara con “K” —recalca.
El pelo negro, ensortijado en las puntas,
lo tiene por la parte del padre. Su abuela Edelmira lo peinaba exactamente
igual cuando estaba en la casa. Se lo suele recoger para despejar los hombros y
permitir que el aire de la tarde le resbale por el cuello desnudo.
Sí, por avatares de la vida, mañana me
olvidara de su rostro, me acordaré de
sus grandes ojos, de color marrón como el caramelo que garrapiña a las almendras.
Esos ojos saltones y transparentes, ahora
cargados de amor y de nostalgia. De esos ojazos que en este momento observan su
deseo, casi tocan lo que están viendo. Permanecen conformes y expectantes y a
su vez esperanzados y desilusionados por un igual. ¿Quién tiene al frente que
espera que la mire?. ¿Quién es esa persona ingrata, ese ser que no le devuelve la
llamada de ternura que le lanza? Hay un grito ahogado que pide respuestas, una
boca serena que sabe esperar. Klara mantiene intacta la certeza de elección.
Allá en el campo santo rompí el vínculo que me unía
a ti. Por fin tu persona se encuentra bajo la fría tierra del mes de febrero.
Te has ido, pero aún en la distancia mi mente ha quedado atrapada por el temor
a tu regreso. Desde el otro lado invades mi intimidad con tus toscas palabras,
tu mirar lascivo y tus ásperas manos sobre mi piel.
Mamá
siempre pensó que este odio visceral que sentía hacia ti era fruto de tu rudo
comportamiento para con nosotras. Yo nunca quise decirle la verdad. Bastante
tenía con cubrirse de maquillaje las violáceas magulladuras que la ocasionabas,
y después mentir inventando increíbles historias: el moratón de la mejilla era
un golpe al abrir una puerta, el brazo roto una caída por la escalera. Mamá
siempre mentía. Jamás tuvo la intención de engañar a los demás, pero mentía, y
sobretodo se mentía a ella misma pensando que de la colmena humana, estamos
obligados a inventarlas y depositar nuestra fe en ellas. Mamá y sus quimeras.
El universo de mamá siempre ha estado lleno de ilusos pensamientos y así
permanecerá hasta que la vejez los borre de la memoria.
Yo
en cambio no tengo intención de cambiar estos recuerdos. Si mañana
desaparecieran estas imágenes que resucita mi subconsciente, ¿quién va a
condenar al infanticida de sueños pueriles?
Mamás
sabía de mi sufrimiento, pero nunca adivinó la causa que lo provocaba. Ese afán
suyo por transformar la realidad nos llevaba todas las tardes de los viernes a
la biblioteca. Todas las semanas sacaba una novela romántica, de amores
irreales bendecidos por Cupido. Por aquel entonces, yo ya era conocedora de la
inexistencia de príncipes azules, aunque fantaseaba con intrépidospersonajes que defendían a ultranza la
verdad, es por este motivo por lo que en mi elección siempre había libros de
aventuras. Para ti el fin de semana empezaba en el bar y acababa en mi cama. La
borrachera no te permitía discernir entre el bien y el mal, pero sé que aún
ebrio eras consciente de lo que deseabas, y yo me convertía en el objeto para
obtenerlo. Durante algún tiempo no sospeché del peligro que se corre cuando
habitas sobre la cornisa de un mundo ficticio y me dejé llevar por las
fantasías maternas. Utilicé los libros como llaves que posibilitan la apertura
de puertas que facultan la entrada a otros reinos, y me perdí. Tuve que haber
buscado antes la salida y no lo hice, pero el final llegó del modo más
insospechado.
Los
sábados por la mañana hacíamos la compra para el resto de la semana. Mientras
me mandaba ir a comprar pan, ella adquiría una rosa carmesí que guardaba celosamente
dentro de su bolso. Una vez que entrábamos en casa depositaba la flor sobre la
mesa del comedor y con una amplia sonrisa te echaba un piropo nunca merecido:
—Tu
padre, ¡qué encantador que es! Nunca olvida regalarme una rosa.
—
¿Te traigo un vaso con agua y la pones dentro? —la preguntaba yo siguiendo el
delirio que la permitía soportar su trágica vida.
Y
así un año y otro, las dos fuera de la razón, agriándonos el carácter y
avanzando, temerosamente, hacia la perdición.
Nuestros
gustos por la literatura cambiaron. Mi madre empezó a demostrar curiosidad por
tratados de medicina y química, abandonando la lectura de las novelas. Creí que
esto era un buen augurio pues sería la única forma que había para que
reconociera el error que había cometido al casarse y la estupidez de hacer
perdurar dicha relación. Aquel periodo coincidió con la enfermedad de mi padre,
y que a la larga le ocasionaría la muerte. En un primer momento los síntomas
manifestados eran de indigestión. Visitamos a varios galenos, pero aunque las
transaminasas estaban un poco elevadas, nadie aducía la dolencia a ello. Una
madrugada, antes de que los primeros rayos del naciente sol pintaran el mundo
con sus vivos colores, mi padre se despertó tosiendo estrepitosamente. Cuando
encendimos la luz contemplamos una lluvia de granates gotas que regaban el
edredón, la pared y mi rostro. Sí, pude haberme apartado, pero no lo deseé. Agarrando
sus desfallecidas manos, tiré de él y con la rabia diabólica que había sabido
abonar durante tantos años, le miré fijamente a los ojos y repleta de confianza
le increpé:
— ¡Muere!
Después
de enterrar a mi padre, mamá regresó a sus novelas y volvió a perderse en su
inverosímil mundo.
El
hábito de sacar un libro los viernes por la tarde sigue estando presente en mí.
Ya no leo libros de aventuras, la vida es una aventura en sí en la que estamos
obligados a ser protagonistas y no personajes secundarios. He adquirido un
gusto desmedido por la novela policiaca y al igual que mi madre he relegado
para otra ocasión los ejemplares que tratan de química. Posiblemente en un
futuro no muy lejano me vea acuciada a introducirme en el terreno de la
psicología clínica. Necesito saber cómo puedo desembarazarme de su gélida alma
que me quema por dentro. La gran distancia que separa la vida de la muerte nos
ha encadenado para siempre.
El
colombiano ó el sudaca ó el panchito ó el costa rícense ó el extranjero a secas como
le nombran las más de las veces, para un instante, deja la tarea, levanta la
cabeza y se aparta el pelo de la frente con la mano vuelta. Otro de la
cuadrilla le ofrece un trago, es agua.
—¡No te pago
para que contemples el cielo! —arrea con furia el capataz al obrero Gautam.
Agosto, casi
las dos de la tarde en la plaza castellana. La cuadrilla, todos foráneos, cubre de losas de hormigón en
diferentes tonos de gris la que es pista
habitual de baile durante las fiestas del pueblo.
—¿Es que no
paran a comer? —se interesa un jubilado que va a tomar café.
El protagonista es de Asia, pero le
confunden mucho con los sudamericanos porque su piel es oscura, esta muy curtido
y su cara de rasgos limpios, casi se oculta por un largo pelo muy liso y muy
negro. El chico no suda apenas.
En realidad ahora
mismo no descansa, añora… esta ensoñando. Esta pausa, por un momento, le hace
retroceder varios años. Del bolsillo interior de la camisa saca una fotografía, la que lleva siempre en la cartera.
Es de hace seis años, aun estaba en Nepal, a mas de siete mil metros sobre el
nivel del mar; se la hizo un turista de los muchos que pasan cada año por
Lumbini, su pueblo, en la región de Terai. Un hombre joven con una Polaroid
635. La estampa se deslizó por debajo de la cámara pocos minutos después de escuchar el “clik”.
—¡Toma! … para ti —le dijo en español.
En la imagen acababa de cumplir los
diecisiete, pero su apariencia es más
joven que los occidentales de doce. En sus pies ya sumaba varios kilómetros
por senderos de montañas guiando a gente
de diferentes nacionalidades. De unos y otros fue ampliando su vocabulario.
Otro poco se le pego trabajando en el hotel.
Al principio
del verano boreal las montañas engañan, con su verdor amable la dureza de su
transito, tampoco los rasgos suaves de Gautam sugieren el hambre que pasó en aquella época.
—What´s your
name? —recuerda que le preguntó el
barbudo con una sombría convicción de superioridad.
—Sunder
Gautam —contesto él con el sencillo orgullo de los pobres, el de los de su
casta de intocables, la de los Harijans.
–¿Cómo? –pidió aclarar el del acento de meseta
castellana.
Por entonces
de día en día se notaba la escasez de alimentos allí. Cada año era más difícil obtener
la cosecha de cereales para todos: muy poco de cebada, algo de mijo africano,
escaso de trigo. Por alguna razón el consumo de la moha se había dejado de lado
por el arroz, a pesar de ser una buena fuente de nutrientes. En su familia, la
mayor parte de los días estaban comiendo los restos de la puja, algo de arroz,
alguna fruta y pétalos de flores. De arroz llegaba poco y tarde.
No fue fácil largarse a cualquier parte, mas, en Terai no había
que hacer. España es la palabra que tenía
en su memoria. Y aquí llegó.
Sunder
Gautam guarda la fotografía en su sito, se refresca un poco el cuello con la
mano, echa un trago largo de agua del botijo y vuelve a su tarea de macear las
baldosas con la tabla y el martillo de goma. Solo quedan diez minutos para el
almuerzo. El capataz esta meando.
—Pero qué hacéis, estáis tontos.
Abrid ahora mismo si no queréis que os muela a palos.
—Ja, Ja, ahora te vas a pasar un
buen rato ahí, con el muerto. A ver qué valiente eres.
—Abre, Quique, por favor, que
esto no es ninguna broma.
—No. No pienso abrir ni aunque te
pongas de rodillas.
—Reyes, tú no eres tan mala como
esa sanguijuela de tu primo, ábreme, te lo ruego.
—No, Julito, no. Reyes tampoco te
abrirá y te vas a quedar ahí dentro hasta que vuelva la abuela de la estación.
No te quejes que no será más de una hora, justo la mitad de lo que tú me
tuviste en la carbonera de la escuela. O es que ya no te acuerdas.
—Quique, escucha, lo de la
carbonera no fue idea mía, de verdad, me obligó Ramón, el fiscal, ya sabes cómo
se las gasta. Además, en la carbonera no había ningún muerto.
—No, no había muertos, solo había
un millón de cucarachas asquerosas que se me subían por las piernas y tenía que
sacudirlas a monotazos, mientras vosotros os mondabais de la risa. Bueno, ya
está bien de cháchara, nos vamos a jugar con Belén, tu queridísima novia, muá,
muá, muá. Adiós.
Se oyó un portazo seguido de unas
risas que se alejaban, y toda la casa quedó en silencio.
—Quique, Quique. Si me abres te
devuelvo el imán que te gané a las cañoritas, te lo prometo —grité con todas
mis fuerzas y ninguna esperanza. Los dos se habían ido. Ya nadie me oía.
Juré a voces que los mataría, a
los dos. Después de sacarles los ojos, después de partirles las piernas y los
brazos, después de destrozar sus narices, orejas y morros a mordiscos, después
de arrancarles las uñas, después de… ¡Brrrr!
La habitación donde mis primos me
encerraron a traición era la más fría y oscura de la casa, los abuelos la
llamaban “la bodega” y se usaba de despensa. La pared de enfrente estaba casi
tapada por un gran armario de obra con estantes de madera donde se guardaban
las conservas, las patatas, el arroz, los fideos y las legumbres. A la
izquierda según entrabas había un banco de madera sobre el que se ponían las
zafras de la leche recién ordeñada. Colgados de las vigas, había largos palos
de los que pendían chorizos, lomos y un jamón previamente ahumados en la
hornera. Suspendido del techo, en la esquina del fondo a la derecha, llamaba la
atención un armazón cuadrado de madera, tapado con tela de alambre muy fina, que
llamábamos “mosquera” y servía para guardar carne fresca y queso. Todo eso siempre
estaba allí, y olía muy bien, sobre todo al atardecer, cuando llegabas a casa
con más hambre que un lobo, y la abuela te mandaba por un chorizo. Pero hoy, en
medio de la oscuridad, también estaba el muerto. Lo habíamos matado ayer muy
temprano.
Podía acercarme a la ventana
enrejada y abrir las contras para que entrara un poco de luz, pero una fuerza
invencible me mantenía pegado a la puerta. No me atrevía ni a mirar atrás.
Sabía que él estaba allí, colgado boca abajo, y solo imaginarme frente a su
cuerpo blanco, casi rosa la piel de tan limpia, me paralizaba. Es curioso,
cuando era nuestro prisionero y estaba vivo no me daba miedo, es más, me
gustaba darle de comer y rascarle la cabeza y la espalda con un palo, y él se
quedaba todo quieto y lo agradecía con leves gruñidos de placer. Sin embargo,
ahora, que está muerto, me aterroriza estar a su lado.
Después de varios intentos, pude
volver un poco la vista hacia el cadáver. Qué espanto, un hilillo de sangre
medio seca colgaba de sus narices de dos cañones, y había formado un pequeño
charco brillante en el suelo. Sus ojos inútiles estaban cerrados por pestañas
de pelo rubio muy fosco. Qué me puede pasar, pensé para tranquilizarme. Nada.
Los muertos no hacen nada. En esto se oyó un crujido de madera y casi se me para
el corazón. Probablemente ha sido el palo del que está colgado por los talones.
Dios mío, que no se caiga. Si cae sobre mí, me muero.
Palpé la pared a mi izquierda hasta
encontrar el banco donde se colocan las zafras de la leche. Había hueco y me
senté muy despacio, como si temiera hacer ruido y despertarlo. Apoyé la cabeza
en mis rodillas, cerré los ojos y me puse a rezar. Sí, sí, no se me ocurrió otra
cosa que rezar. Para qué, no lo sé, pero acudieron a mis labios, sin yo
proponérmelo, todas las oraciones que aprendí en la catequesis de la primera
comunión. Salves, padrenuestros, glorias, salmos y alabanzas se peleaban por
salir las primeras.
De pronto, oí un ruido y me
incorporé en el banco, ahora reluciente de aluminio de lecheras. No sabía
cuanto tiempo había pasado. Levanté las manos para proteger mis ojos habituados
a la oscuridad y, a través de la luz cegadora que entraba por la puerta abierta,
pude ver la silueta de mi abuela, plantada en el umbral.
—Pero qué haces tú aquí. Vaya un
sitio para echarse a dormir. ¿No tienes miedo al gocho? —yo, aturdido, negué
con la cabeza—. Pues serás el único que no le tienes miedo, hijo. Anda, llena
este plato de patatas, y ven a ayudarme a hacer la comida, que tus primos
estarán a punto de llegar.
Sentí una extraña mezcla de
alegría, vergüenza y rabia. No conté lo que había ocurrido, no quise enredar a la
abuela con nuestras guerras de niños. Fue entonces, mientras pelaba las
patatas, cuando concebí la más cruel de mis venganzas, pero esa es otra
historia.
Pobre borracha, que arrastras un
pie en pos del otro sin avanzar un solo centímetro, portando en la espalda el
peso de una vida de vidrio blanco. Nunca tendrás hijos, tu hogar huele a
perdición y olvido. Nunca encontraras la felicidad, crees que está en el fondo
de la próxima botella, ahí nunca estuvo, y lo sabes. Es más fácil, perderse
entre vapores etílicos, que reconocer las verdades. Cuando al día siguiente,
tus fantasmas busquen tu mirada con la suya, bastará con ponerse otra venda de
alcohol y pena. Tú que bien sabes que es perder sin haber ganado, buscarás tu
propia ruina, antes que llevar una vida.
María, se levanta, como cada día.
Busca en el frigorífico que echarle al vino, como cada día. Se lava un poco la
cara, se atusa un poco el pelo. No busca su reflejo en el espejo, por si lo
encuentra. Se viste y se lanza a la calle, sin prisa. No hay nada que hacer, no
hay nada que decir, ni hay nadie con quien hacerlo. La misma rutina, como cada
día. Comprar un poco de leche y mucho vino, como cada día. No sabe como la
sentará el primer trago en el bar, puede que hoy consiga llegar a casa y no
acabe tirada el portal, como cada día.
Ella no lo sabe, pero hoy, no es
como cada día. Caminando despacio por la calle, se encuentra con una vieja amiga.
“previsible”: Como gran
guerrero que es, lucha y vence a sus enemigos.
“menos previsible”:Huye como la rata que
en realidad es. Como nunca quedaba nadie, el vendía que era el único que había
sobrevivido. Huía y envenenaba a todo el mundo.
Ahí tenéis al gran hombre, paladín sin parangón. Altivo y valeroso como
ningún otro. Audaz donde los haya. El mejor hombre del shogun. Postraos ante
él, mostrarle el respeto que se le debe al mejor samurái que jamás pisó esta
tierra. Tras el saludo ceremonial, que el gran Shogun Nayeda impuso para su
mejor samurái, levanta su abanico para indicar el comienzo de la lectura.
Por haber traicionado a sus hombres en el transcurso de la batalla por
la defensa de Edo. Recurriendo para ello a la deshonra, huyendo con sus cuatro
guerreros más valientes, su guardia personal. Por haber usado veneno para
acabar con los invasores a costa de todas las mujeres y los niños que quedaban
en la fortaleza, mientras el huía como un cobarde. Es el deber de nuestro señor
Fukushima Nayeda, el condenarle a muerte con deshonor.
“previsible”: llama al número casa y pregunta por el
dueño.
“menos previsible”:al llamar a ese número, se da cuenta que es su casa, que su mujer tiene
otro marido de lunes a viernes cuando el no está.
Hoy, Pedro emprende el camino a su hogar, sabiendo que es una penosa
tarea. Agradece que su mujer y sus hijos estén con la abuela enferma,
repitiendo una y otra vez, las razones de su despido. Salmodia del final de una
vida. Camina despacio, cabizbajo y con los ojos llenos de lágrimas. Entre
sollozo y sollozo, descubre una agenda caída en el suelo. De repente, un rayo
de esperanza recorre su alma, puede ser útil otra vez. Quizás la última vez. Corre
mientras finaliza su recorrido. Entra en casa como un huracán, se lanza a por
el teléfono, presa del nerviosismo. Marca y espera. Uno, dos, tres,…Comunica.
Vuelve a marcar, despacio, a ver si te has equivocado. Uno, dos,
tres,…Comunica. En el número que tiene el nombre “casa” no contestan. Llamaré
al que pone “esposa - móvil”. Uno, dos, tres,…Dime mi amor. ¿Me echabas de
menos?...Cuelga. Si era una esposa, la suya…Pero eso no es posible, repasa la
agenda con cuidado. El mismo número de sus suegros, el mismos número del
colegio de los niños,…Pero esa no es su letra, no son sus números…Se sienta en
el sofá de casa, esperando sentado frente a la puerta de entrada. A las dos y
algo una llave entra en la cerradura.
Para las propuestas siguientes, identifica la
opción “previsible” y después ofrece otra “menos previsible”:
Un joven que circula en su auto por una ciudad desconocida pierde la memoria. Aparece
un anciano.
“previsible”: El anciano le indica
el camino correcto, y le indica que hay algo en el aire por un accidente en una
planta química.
“menos previsible”:El es el anciano.
X desea la muerte de Z. Lo invita a comer.
“previsible”: Le echa veneno en la comida.
“menos previsible”:Z sabe que va a matarle haciendo que parezca natural, y se suicida para
que el otro page por un asesinato que no ha existido.
Alguien está por ser condenado a muerte. Aparece un testimonio de
la defensa.
“previsible”: Han buscado a alguien que miente para
salvarle.
“menos previsible”: Aparece un testigo que si dice la verdad, pero todo el mundo cree que
miente, y como cada uno dice que estaba en un sítio diferente, no creen a nadie,
y el hombre muere.
Alguien está muy nervioso en su casa. Se corta la luz.
“previsible”: Se levanta da
la luz y sorpresa, feliz cumpleaños.
“menos previsible”:El que se ha levantado, no es el hombre, es un asesino que venía a
matarle, ahora tiene que matarles a todos.
Un personaje anuncia que va a salir de viaje. Prepara el equipaje y
se despide.
“previsible”: Alguien de la familia se ha puesto enfermo y
ha de ir a cuidarle.
“menos previsible”:No va a cuidarle, va a matarle.
Un guerrero funda un gran imperio. Sus enemigos lo sitian.
“previsible”: Como gran
guerrero que es, lucha y vence a sus enemigos.
“menos previsible”:Huye como la rata que
en realidad es. Como nunca quedaba nadie, el vendía que era el único que había
sobrevivido. Huía y envenenaba a todo el mundo.
Alguien anota en su agenda absolutamente todo lo que tiene que
hacer. La pierde.
“previsible”: Le llaman al número que está en la portada y
la recupera.
“menos previsible”:Es un testigo protegido y en la agenda no se ha dado cuenta y ha puesto
su verdadero nombre. La encuentra un sicario y le mata.
Alguien encuentra una agenda telefónica y quiere devolverla. El
único dato del dueño es su nombre.
“previsible”: llama al número casa y pregunta por el
dueño.
“menos previsible”:al llamar a ese número, se da cuenta que es su casa, que su mujer tiene
otro marido de lunes a viernes cuando el no está.
Me gustaría proponeros algo, Un ejercicio sobre lo que l gente no puede hacer normamalmente, o no debe hacer. Una mujer alchólica. Un hombre que es... Lo que me importa es queos evadais de Cliches. Pensad en lo que jamás podría ser, y hablad de eso. Oscar.
— ¡Pues
no veas las ganas que tenía de volver a verte! Y pensé: ¿por qué no le invito a
comer y hablamos de nuestros buenos tiempos? ¿Recuerdas cuando te enrollaste
con mi novia? Y no sólo eso, sino que
además lo fuiste divulgando por el pueblo. Bueno, esto ya lo he olvidado y te
he perdonado. También he pasado por alto aquel hurto que cometimos en los
grandes almacenes. Te voy a refrescar la memoria. Mangoneamos un móvil, te
empeñaste en que me lo metiera yo en el bolsillo de mi pantalón, lo
apantallaste con papel de aluminio, pero por lo que se ve lo hiciste mal, y
cuando íbamos a salir de la tienda sonó la alarma. El guarda de seguridad nos
paró y tú me preguntaste qué me había guardado. Pero, ya sabes lo que se dice
de agua pasada. Tómate el cafecito y vamos a dar una vuelta para bajar la
comida.
Metí la llave en la cerradura que estaba debajo de
la botonera del ascensor. Me miró sorprendido porque no sabía que el paseo lo
íbamos a dar lejos de donde nos encontrábamos, así que decidí explicárselo.
—Cogemos el coche y nos alejamos de este mundanal
ruido. Ponte atrás porque el asiento de adelante está un poco sucio con una
mancha parduzca que no puedo quitar. Tendré que darla con algún disolvente
enzimático porque creo que es con lo que se va la sangre. Átate, no sea que
tengamos un accidente y te vaya a pasar algo. Pues como te iba diciendo —retomé
mi anterior conversación de sobremesa según subía por la rampa de salida— hay
muchas cosas que ya he olvidado. Por ejemplo, el viaje aquel que nos hicimos
con el coche de mi padre, el cual estrellaste y encima sin carnet de conducir.
Un mes sin salir de casa y un año sin paga. Por cierto, no sé cómo llegaste a
convencerme para que me auto inculpara. Desconozco cuál es el motivo por el que
te lo estoy contando porque el pasado, pasado está. Lo del embarazo de mi
hermana, fue un golpe bajo. No entiendo por qué se caso contigo. Yo en su lugar
hubiera abortado, pero claro como tienes ese encanto que las encandilas a
todas, pues haces de ellas lo que te da la gana.
Miré por el espejo retrovisor para ver la cara de
estupefacción que iba a poner cuando se diera cuenta hacia donde nos dirigíamos.
Constaté tu sorpresa cuando abandonamos la carretera principal y nos
encaminamos cuesta arriba, por un camino mal asfaltado, cuya meta era el
cementerio.
—Te estarás preguntando por qué te traigo aquí —le
comenté según apagaba el motor y me deshacía del cinturón de seguridad— pues
para hablar tranquilamente de lo que me hiciste y nunca he sabido perdonarte.
Entra, que la puerta está abierta —le invité mientras empujaba la verja de
hierro—. Haz memoria en dónde está la lápida en la que pusiste mi nombre con
mis apellidos y la futura fecha del fallecimiento, que curiosamente, coincide
con el día de hoy. Si lo has olvidado no te preocupes, yo no he conseguido
quitármelo nunca de mi cabeza. Ya sabes que era, y sigo siendo una persona muy
impresionable, y desde aquella bromita tuya para reíros todos los de la
pandilla pues no sé que me dio en la cabeza que desde entonces estoy rumiando
el desenlace. Ya hemos llegado, como verás, la fecha la sigo manteniendo, tan
sólo he variado el epígrafe. Si deseas añadir algo, será mejor que empieces
porque se te está haciendo tarde.
Se quedó paralizado, aturdido y confuso. Experimenté
esa sensación de seguridad que se percibe en las personas con confianza en si
mismas y que yo nunca había sentido anteriormente. Agarré un bate de beisbol
que tenía guardado detrás del árbol que proyectaba sombra a la tumba y con toda
la furia que pude golpeé la piedra hasta romper el palo.
—Ahí te quedas, imbécil —le grité mientras me largaba
muy digno.
1.1.- Cuando
recupera la memoria se ha convertido en un anciano.
1.2.- Realmente no ha perdido la memoria. El joven
ha sido atacado por un organismo que le ha arrebatado el cerebro, transfiriendo
parte de dicho cerebro a un anciano y obligando al joven realizar acciones
mecánicas.
2.1.- Le echa veneno en la comida.
2.2.- Después de comer lo lleva de paseo al
cementerio para devolverle una broma de la que fue víctima hace años.
3.1.- Todo el proceso cambia porque se demuestra la
inocencia del acusado.
3.2.- El asesinado era el juez. El que suplanta la
identidad al magistrado es el verdadero criminal, que ha conseguido llevar el
juicio por los derroteros que a él le conviene, buscando un culpable y de esta
manera esconder un caso de corrupción administrativa.
4.1.- Baja al cuadro de los contadores y sube el
magnetotérmico.
4.2.- No puede soportar el estar sin luz, es algo
superior a sus fuerzas, le falta el aire, se marea, etc. El exterior está
iluminado por la luna y el tenue alumbrado de las farolas. Acerca una silla a
la ventana, se encarama al alféizar. Se sienta en el rebaje de la parte externa
de la ventana con los pies colgando del vacío. Allí se tranquiliza y espera
hasta que vuelva la luz o que amanezca.
5.1.- Se va a trabajar. Es un comercial.
5.2.- Toma la maleta, se pone la gabardina y se mete
en la bañera. Se sienta cómodo y abre el grifo de la ducha. Por fin llegó el
gran día en el que podría realizar el viaje de sus sueños. Contempla como una
lluvia de meteoritos cristalinos golpean su vehículo espacial, la bañera, pero
él, comandante en jefe de la nave espacial sabe que una vez pasada la tormenta
de asteroides, el trayecto que le queda para llegar a Alfa Centauro, será
tranquilo.
6.1.- Sus enemigos se aburren y se largan. Las murallas
del imperio eran inexpugnables.
6.2.- Les piden a los que les están sitiando que se
vayan un poco más para atrás porque les están proyectando sombras. Luego les
echan la ropa sucia por la muralla y les indican la dirección del río,
requiriéndoles que hagan la colada. Les arrojan unas monedas y ordenan que
vayan al pueblo de al lado a comprar pan.
7.1.- No se desespera. Sólo por el hecho de haberlo
apuntado se acuerda de todo.
7.2.- El que pierde la agenda es Belzebú. Se le
olvida absolutamente todo lo que tenía que hacer. De este modo, los apresados
en el infierno huyen de tanto calor y ascienden al cielo. San Pedro, agobiado
por la cantidad de almas que le llegan, algunas en muy mal estado, solicita la
ayuda de Dios. Éste y sus ángeles bloquean la entrada al paraíso de tanto
malvado y los vuelven a enviar a las calderas de Pedro Botero. El Creador
apunta las labores que debe de realizar el diablo en unas tablas de piedra, al
igual que hizo con Moisés. Además está tan cabreado por trabajar en domingo y
por el extravío de la agenda, no sea que algún ángel más vaya a actuar
incorrectamente y entonces tenga dos diablos, que arroja el tratado sobre la
cocorota de Satán, rompiéndole un cuerno. El demonio no sólo recobra la
memoria, sino que además la ira le puede, por lo que de vuelta al Fuego Eterno,
apaga éste con un extintor y abre la puerta a los condenados, entregándoles un
plano con instrucciones de cómo colarse en el Reino de los Cielos.
Hay dos cosas que quisiera decir, una. Ahora que mi curso ha terminado, poco hago a parte de escribir. Por lo que mi puerta está abierta a cualquier nevesidad que os surga, que no me suponga dinero claro, y que mi colaboración con vosotros es plena. Por mi parte, si alguien quiere darme caña, lo agradezco y lo busco.
¡Qué cansado estoy la virgen! Después de un duro día de
trabajo es una gozada llegar a la habitación y poder tumbarme en la camaza un
rato. Que dolor de pies. Hace diez años empecé en esto pensando que era un
chollo, ser representante para una
empresa de electricidad iba a ser el trabajo del siglo. Un sueldo increíble,
horario propio y no tener que dar cuentas ante nadie. Pero hay de mí, en
seguida me di cuenta, nadie ata los perros con longanizas. No tenía horarios ni
jefes, pero si no cumplo los objetivos de venta cobro una mierda, si no visito
a los clientes me los quitan, si no aumento la cartera contratan más
comerciales. El sueldo ya no es tan bueno como era antes, me lo han sacado del
pellejo a base de bien. Llevo tres días en la convención y no he hecho más que
pasar de un stand a otro peleando me por robarles clientes a los demás mientras
lucho porque no me roben los míos. Además, la competencia cada día es más
feroz, un montón de niñatos recién salidos de la carrera con mucha más
preparación y más listos que yo. Cada día me cuesta más esfuerzo y más horas
cumplir con lo que me ordenan. Es más, los objetivos de ventas cada día están
más fuera de la realidad.
Abro la cartera, saco la foto de mi mujer y mis hijos.
Que éramos entonces, que felices son ahora con Mark. Es un buen hombre que
dedica a los niños el tiempo que yo no puedo. No se casan para no perder la
pensión, la muy zorra. ¡Como les odio!
Alguien ha dejado un regalo para mí, creía que nadie se
acordaba de mi cumpleaños. Recojo el paquete, se mota que alguien ha puesto
esmero en él, el delicado papel rojo con dibujos dorados a juego con una cinta
verde y roja ribeteada en dorado. Con que delicadeza han doblado los bordes y
han cerrado el paquete sin usar celo. Preciosa caja, es una caja de cartón de
los veinte duros con algodón dentro, pero bonita. Decorada en negro con
esquineros latonados y un pequeño espacio para poner etiquetas con mi nombre. Y
dentro… ¡un corazón sanguinolento y palpitante! Pegando pequeños botes al ritmo
del palpitar.
Me despierto sobresaltado, como si tuviera un resorte en
la espalda, me incorporo de un solo golpe, que susto madre mía. Me he quedado
dormido, que mal lo he pasado.
Me tomo una larga y relajante ducha, es una de las cosas
que más me gusta en el mundo. Después de un duro día de trabajo, me lleva a
mundos en los que solo mi imaginación gobierna, el único rincón de mi vida
donde puedo decir que soy yo el que tiene las riendas de mi vida. Pero hoy no
es así, ni el agua caliente ha podido borrar la imagen de mi corazón latiendo
al son de la muerte, sí era mi corazón. No sé como lo sé pero algo en mi mente
está intentando avisarme de algo. No, no puede ser, es una tontería.
Apago la tele, acabo de tener mi ración de sexo diaria
con el canal de porno del hotel, y como no ponen nada interesante me bajaré a
tomar un trago al bar.
Todos los bares de hotel me parecen iguales, lugares
fríos y desolados en los que solo paran algunos desahuciados y señoras mayores
jugando al bridge. Largo y estrecho con paneles de capitoné burdeos y apliques
dorados por todas partes, no sé si estuvo de moda alguna vez, pero ahora es más
cure que vintage. Me siento en uno de los bancos corridos con forma de u, llamo
al camarero y me pongo nervioso con el espejo inclinado que preside la mesa.
Puede que yo sea un tipo aprensivo, pero esos espejos siempre me dan mala
espina.
—Un Jack Daniel´s one barrel con hielo, por
favor. — siempre lo pido aún a sabiendas que tendré que conformarme con un nº7,
me encanta su sabor y de vez en cuando algún barman me sorprende y me lo sirve.
—Sí señor, en seguida.
—Gracias.
—Parece que al final no va a ser tan mal cumpleaños. —
Pobre niño, míralo hay sentado junto a ese árbol.
Está en el mejor momento, en el mejor sitio, y sin embargo no es feliz.
—Como puede ser eso, si la vida te sonríe muchacho.
—Si yo quiero querer, pero el corazón no deja.
—Tienes cinco años, y las penas ya te rondan el
corazón. Si apenas has empezado a navegar, ¿cómo puedes ir tras la estrella
polar en rumbo Sur? Esas son cosas de mayores.
—No sé si el amor es cosa de mayores, pero la
timidez es del tiempo.
— ¿Cómo? Acaso es problema de timidez.
—El problema es ella, ¡es tan guapa! Y yo, tan poca
cosa.
—Pero ella es una chica y tú un chico ¿Qué puede
pasar entre los dos que tan sea malo?
Nunca supe cómo ayudar a los humanos, solo sé gustarles
por mis flores, alimentarles con mis frutos o darles mi calor y mi sangre. Cien
años viéndoles pasar, viéndoles crecer y viéndoles convertirse en una sociedad
adulta, egoísta pero adulta. Ojalá supiera enseñarles el sendero del tiempo. Ojalá,
pudiera enseñarles de nuevo lo que antaño supieron. La madre natura tenía
puesta sus esperanzas en aquellos, en los que escaparon sobre barcos de piedra;
Pascua, Australia, Nueva Zelanda,… ellos también fallaron. Aún quedan unos
pocos que todavía saben del camino secreto, pero tarde o temprano los
encontrarán y nuestras esperanzas se perderán para siempre.
—Árbol.
—Dime,
mi niño.
—
¿Seré así de tímido toda la vida?
—Puede
¿Acaso importa?
—Sí,
ser tímido duele. Sé lo que quiero decir. Mas, las palabras se atragantan, se
trastabillan intentando salir, se hacen pelota en la punta de la lengua, y de
ahí no pasan.
—Cada
uno nos expresamos como podemos, a mí me duele ver a los hombres destruyendo lo
que nos sostiene a todos. ¡Si no estuvierais tan sordos!
—Yo,
siempre te hice caso papa árbol.
—Pero
te harás mayor y te olvidaras de cómo se habla conmigo. Seré un sueño infantil.
—Yo
¡nunca te dejaré!
—Lo
han intentado las hadas y los gnomos, el viento y el mar, el fuego y el rayo,
pero por mucho que hagamos siempre os olvidáis.
Cuanta tristeza bajo la piel de la madre
naturaleza, el mundo se queja y los mayores no le escuchan. Yo escucho, pero no
sirve de nada. Ella está hay delante y no la puedo decir lo que siento. A padre
le cuento lo hablo de ti, y no me cree. Ayer me dijo que le gustaba. Me pidió
ir al baile conmigo. Pero ahí me quedé yo, plantado, sin decir nada. Ella se
fue llorando, y mi alma se rompía un poquito con cada lágrima que resbalaba de
su mejilla. Hice, lo que más temía. Hice, lo que el mundo me prohibía. Hice, lo
que mi alma me impedía. La hice llorar.
—No
te sientas triste niño, hiciste lo que podías.
—La
hice sufrir, es culpa mía.
—Lo
que paso, no lo puedes cambiar, pero si puedes arreglar lo que no ha pasado
todavía.
—Arreglaré
lo que pueda, el mal que nunca debió hacerse, ya está hecho. Solo queda
mejorar.
Sábado por la
mañana, mediados de mayo, Felipe no
tiene clase, camina despistado por el parque, ha quedado con sus amiguitos
alrededor del estanque para jugar un rato. Va despreocupado, más bien ido, embutido
en sus pensamientos aunque no piensa en
nada concreto, ni en que juego quiere jugar, o si le apetece escarbar en la arena.
El trabajo de la
primavera luce esplendoroso en este jardín tan mimado. Al camino de tierra asaltan
pájaros buscando alguna pipa renunciada, jilgueros comunes revolotean entre los
álamos. El chaval agradece las manchas de sombra que dibujan las grandes
coníferas, mira al suelo, una ardilla cruza muy rápida el camino y se pierde en
su ascenso en la copa del pino.
Felipe se mueve
lentamente observando el césped y fijándose en cualquier leve grieta de su
senda en busca de hormiguitas. Las abejas que rodean los macizos de romero
florecido percuten con su zumbido el oído del pibe. Hoy no ha ido a la escuela,
esta feliz, tararea una canción, siente unas ganas terribles de echar a correr.
Allá, de pronto, descubre a la chica, se para en seco, se toca
la frente, piensa:
“¡Ostras! ¿Que veo?, una piba preciosa
sentada en un banco. Esta esperando a un tipo como yo, seguro”.
—¡Buuaa…! que pelazo
tiene, largísimo —dice susurrando según se va acercando—y es morena como a mi
me gusta.
Ilusionado se
toca el mentón, una brisa muy ligera le levanta el flequillo.
—¡Como mola esa
piba! —acierta a decir en voz baja sin parar de andar— Se parece mucho a
Muriel.
Una ligera
zozobra le acelera el corazón, rápido,
quiere saber quien es. Se ha puesto nervioso, aligera el paso, en su
interior va cavilando:
“Hace como que lee, pero seguro que quiere
que alguien la entretenga un rato. Voy a
preguntarla su nombre y la voy a decir que me gusta mucho, que es
preciosa, que es mi tipo de chica, que me encanta su pelo, y que si me permite
sentarme a su lado, que no la voy a molestar, que solo quiero mirarla”
El niño se ilusiona,
se le ha acelerado el pulso, cada vez más
nervioso, quiere llegar ya a su lado, su cabeza no para:
“Sigue ahí, atenta solo al libro.., que no
disimule, a mi no me engaña, me ha visto perfectamente, pero quiere hacerse la
interesante…, no levanta la vista, silbaré
un poco, mi infalible chiflido de tía buena”
—¡huuf….uuhh!
“Ni caso…¡Ostras, es guapísima!, que digo,
es un pibón, que bien le queda la camiseta tan ajustada… las dos…espero que levante los ojos…
—¡huuf….uuhh!
“No hay manera…”
—¡Hola!, … ¿Hola?
—pletórico de ilusión el amigo de Manolito.
—¿Tiene hora? —pregunta
expectante Felipe.
“Se
hace la sorda o no me ha oído” cree inocente.
Ahora aclara la
voz, sube en tono
—Perdón señorita
—grita—, ¿Qué hora es?
Imperturbable, la
muchacha no pierde ripio de su quehacer. Algo se quebranta en el interior del
chico que sigue rumiando:
“Ni ha mirado…, que antipática…, que situación
tan bochornosa…, si no eres de cuarto ni te miran, esta claro. Si fuera ingeniero seguro que estaría detrás
de mí…, no me la quitaría de encima”.
Felipe camina
cabizbajo, se apaga poco a poco, se dirige a la hierba, aún le queda una miaja
de esperanza y se vuelve:
“Nada… si que tiene que ser interesante el
libro…, ni por curiosidad…, ni siquiera de reojo se ha dignado mirarme…, me siento avergonzado, no puedo dar un paso…,
que bochorno.”
El muchacho gira
la cabeza una vez más:
“Definitivamente pasa de mí, que ridículo me siento…, me quiero morir. ¿ Será
esto lo que dice Mafalda que tienes el alma, “pichiruchi”? Tengo ganas de
llorar, lo haría si no me viera nadie…, ni siquiera ha levantado la mirada…, no
existo, me ignora, ¿que puedo hacer? Va a tener razón Susana cuando dice que soy “el llanero solterón”.
El pibe busca la
sombra, se sienta con los brazos caídos y
las manos entre las piernas. Mira sin entusiasmo una fila de hormigas, se siente una hormiguita
“No estoy nervioso, solo soy un papafrita.
Mejor estaría haciendo los deberes en mi
casa. …Igual es una chica muy mayor para mí…,
¡ja!..., lo que la pasa es que es
una creída…, y tampoco es tan guapa…, parece un fideo de los largos..., y ademas tiene mucha papada. Seguro que es una
aburrida. ¡Mierda!... que se quede con su lectura “tan interesante”.
Felipe coge una
ramita de seto y con la punta escarba en
la tierra, mientras en su mente lo da vueltas:
¿Lograría
un psicoanalista aliviarme de esta angustia de ser ignorado? No se me ocurre nada. Muriel tampoco sabe que
existo. Puede que no se vaya a enterar nunca. ¡Jorobare!. Creo que mejor me voy
a la guerra.
La casa de Mary López era un baile de
eclecticismo en el que los convidados de piedra volaban desde una lámpara de
art decó con pie de una mujer con los pechos al aire y envuelta de una gasa al
viento, hasta un salón de vinilo chic de los 70 efervescente de sueño
americano, pasando por un par de cachivaches incas que un amigo trajo de un
viaje por Perú; un horno de pan en piedra y un trozo de un friso. M era una
mujer que obsesionada con los detalles, para ella, el simbolismo, es el hogar
de la verdad. Para el común de los mortales, una composición de una vela y un
abanico con un saquito de tierra era una composición decorativa, para M, era
una elegía de la lucha del hombre con el planeta aire, fuego y tierra. Los tres
elementos básicos alquímicos que el hombre y su ciencia usan para convertir el
plomo en oro, lo primordial en sublime. Siempre hubo y siempre habrá una casta
de hombres y mujeres con una sensibilidad especial y una capacidad de trabajo
inhumana que son capaces de elevar el listón de lo especial reduciendo a los
demás a lo común degradándonos a lo vulgar, condenándonos a una existencia
vulgar y tediosa, que curiosamente, solo puede salir de su tedio, por las manos
que lo condenaron. Para su ex marido, el día a día con M se hizo insufrible.
Comer unas mini comidas cargadas de valor figurado, le estaban llevando directo
a la tumba. Dormir en un alegórico ataúd le mataba la espalda. Ducharse con un
metafísico agua helada, le creaba un catarro crónico. Por eso, para ella
encontrar un ángel de alas rosas tumbado en su cama cuando su marido se fue,
fue algo natural, aunque el resto se empeñara en que tenía que ir a un
profesional.
— ¿Para qué he de ir yo a un gigoló?,
si el sexo no me importa.
— Ese tipo de profesional no.
—Par que he de ir yo a un abogado, si
nos separamos de mutuo acuerdo. No le soporto más, y el no me puede sufrir más.
Que bella poesía tiene el
contrasentido de lo oculto. Para M la belleza de aquel ángel estaba en su
propia existencia. Porque en lo físico, no podía ser más feo el pobre. Cara pan
de gordo, fofo, con una esvástica por espalda, gafas de culo de vaso redondas
que le conferían un aspecto acorde con el resto, Feo. Feo pro fuera y feo por
dentro. Para rematar el conjunto el amigo era un borde, maleducado e
irrespetuoso, que no hacía más que soltar bordeces a diestro y siniestro.
—Bueno, ya he llegado. ¿Qué tal
habéis pasado el día?
—Bien, ha ido bastante bien la
cosa.
—¿Ha llovido mucho por aquí?
—¿Quién?
—Que si ha llovido mucho por
aquí.
—Ah, no. Aquí no ha caído ni una
gota.
—Pues en el camino, hemos pillado
un buen chaparrón.
—¿Que si queda salchichón?
—No, hombre, no. Que había una
tormenta muy grande por Medina de Rioseco. Por qué no te pones el aparato.
—Pero si oigo bien.
—Ya, y el otro día me tuviste
media hora a la puerta hasta que llamé por teléfono, porque el timbre estaba a
punto de arder y no lo oías.
—Era por la tele, que estaba muy
alta. Y, además, este timbre casi no se oye.
—Lo oye todo el mundo menos tú.
Pero, qué trabajo te cuesta poner el aparato. No ves que ni siquiera oyes a
mamá cuando te llama desde la habitación, y un día vamos a tener un disgusto.
Póntelo, hombre, hazlo por ella.
—Eso digo yo, me harto de darle
voces y nada. Tu padre es más necio que necio, mira que sabe que no me puedo
mover de la cama, pues ya puedo gritar con todas mis fuerzas, que no me oye.
Cualquier día me muero de sed como un canario y éste ni se entera.
—Bueno, bueno, ya lo pondré
mañana.
—Eso, mañana. Y por qué no lo
pones ahora.
—Es que no tiene pilas.
—Joder, papá. Yo no sé para qué
has gastado tanto dinero en el maldito audífono. Para lo que lo usas, bien
ahorrado lo tenías.
—Que si llamó Matías. No, hoy no
ha llamado nadie, verdad.
—Cómo que no ha llamado nadie. ¿No
estuviste hablando con Enrique? Ay, hijo, además de la sordera, papá se está
quedando sin memoria.
—Ah, sí. Llamó tu primo.
—Y qué contaba.
—Nada, que ya son abuelos.
—Pero bueno, así que ya nació el
nietín. Cómo se llama.
—Pues yo no sé si nació hoy por
la mañana o ayer noche.
—Que te está preguntando que cómo
se llama. Lo que digo, está como una tapia.
—Cómo me dijo que se llamaba. Tú
no te acuerdas cómo te dije, hombre.
—Jaime, igual que un hermano de
ella. Vaya cabeza que tienes, amigo. Lo ves, hijo, a tu padre, de día en día,
se le va la cabeza. Yo no sé en qué acabará esto.
—Bueno, mamá, no dramaticemos. Es
normal que pierda algo de memoria, hay que tener un poco de paciencia. Vaya con
Enrique, el abuelo. Tengo que llamarle para darle la enhorabuena.
—Que vas a ir a Mataporquera. Y
no estará muy frío todavía.
—Papá, ponte el aparato. Así no
hay quien hable contigo.
—Bueno, pues si no queréis hablar
conmigo, me voy a la cama. Hasta mañana.
—Tu padre es más necio que un
arado. Así hace siempre, cuando algo no le agrada, se mete en la cama y
santaspascuas.