martes, 19 de febrero de 2013

Ayuda para Blanca ¿qué cambiaríais?


Pensamiento caníbal


            Carmen siempre fue la última en salir de la oficina. No solía coger el autobús, nadie la esperaba en casa y era frecuente que regresara dando un paseo. Aquel invierno fue más frío de lo normal  y los transeúntes caminaban rápido buscando cobijo en el interior de los edificios. Es posible que a la mayoría les esperara un humeante plato de sopa y un cálido ambiente mientras se conversaba en familia. Ella muchas veces olvidaba poner la calefacción y estaba harta de calentar la comida en el microondas, lo que llevaba haciendo desde que había perdido a su madre.



            Una mañana se detuvo para ponerse los guantes porque las manos se le habían quedado heladas. A la altura de dónde se encontraba, levantó la vista y se vio reflejada en el cristal de una tienda. Su imagen era gris como el día. De repente, su figura desapareció para dejar paso a la pelirroja piel de un abrigo que iluminaba el expositor alejando las plomizas nubes que se proyectaban en el escaparate. Su vista quedó prendada y su imaginación echó a volar. Acercó su rostro al vidrio hasta dejar un halo de vapor, pero no consiguió ver el precio. Decidida entró en la tienda.

            —Le queda fantástico —comentaba una dependienta a la joven que se estaba probando otro abrigo parecido al que acaba de ver—. No sé cómo lo ve Vd. caballero, pero creo que el modelo le queda formidable.

            —Sí, ya lo creo. Nos lo vamos a llevar —respondió el aludido.

            El hombre sacó de su billetero la tarjeta de crédito y el documento de identidad y se lo ofreció a la vendedora.

            —Aquí tiene. ¡Qué lo disfrute señora! —le deseó ésta mientras hacía entrega de una gran bolsa—. ¡Adiós, que tengan un buen día!

            Después, se dirigió a la absorta mujer que acababa de entrar y se disculpó.

            —Perdone que la haya hecho esperar, ¿en qué puedo ayudarla?

            —Pues precisamente quiero saber el precio del abrigo que se acaban de llevar.

            —Ese está entorno a los siete mil euros. ¿Quiere probarse uno?

            —No gracias, sólo quería saber eso.

            A la dependienta, acostumbrada a tratar con todo tipo de público, le fue fácil advertir el gesto de frustración de la clienta y le ofreció otra prenda de menor cuantía.

            —También tenemos chaquetones. Son algo más económicos y la piel no tiene nada que envidiar.

            —No, no, quiero el abrigo ¡Es una maravilla!

            De camino a su casa le invadieron recuerdos de momentos ya vividos. Hubo un tiempo en el que ella fue joven y guapa, y tenía todo el mundo por delante. Tuvo un novio que no era tan elegante como el señor de la boutique, pero hubiera sido una buena compañía en la vejez. Tal vez su madre no tenía razón cuando la insinuaba que él no era el hombre adecuado para ella, que ella merecía más, que esperase, que en la vida todo llega. Pero ese hombre, nunca llegó.

            Deseosa de saber a cuánto ascendían sus ahorros, nada más entrar en su apartamento se dirigió a su dormitorio y cogió de una estantería una figurita en forma de cochino. Se sentó en la cama, quitó la tapa y vertió sobre el edredón el contenido que había dentro. Contó primero los billetes y después las monedas. No, no tenía suficiente dinero para comprarlo.

            —Para el chaquetón sí, pero no para el abrigo. Tendré que seguir ahorrando —se dijo así misma.

            Se levantó y se contempló ante el espejo. Metió la tripa hacia adentro y se irguió.

            —Tal vez no me quede tan bien como a la señorita de la tienda, pero ¡tampoco estoy tan gorda! —se consoló apartándose de la realidad.

            Al día siguiente volvió a repetir la misma ruta de regreso a casa. Miró de nuevo el escaparate y se imaginó qué apariencia tendría envuelta por las pieles. Cuando llegó a su domicilio vació su monedero, cogió la hucha del cerdo e introdujo las monedas y billetes que supuso ella conseguiría ahorrar si no iba a la compra. Encendió el televisor y trató de olvidar el hambre que la mordía el estómago. Durante varios días repitió una y otra vez el mismo itinerario y ejecutaba la misma acción. Después de un tiempo dejó de tener apetito, pero no estaba cansada, todo lo contrario, se sentía vital, a pesar de que desde hace varias noches apenas era capaz de dormir.

            Una tarde, después de comprobar cuánto tenía ahorrado, intentó dejar de nuevo la hucha sobre la estantería. Apenas pudo elevarla porque pesaba demasiado. Observó extrañada que casi no cabía en la repisa, pero no reparó en más. Sólo la motivaba lo cerca que estaba de comprarse el deseado regalo y ni tan siquiera se percató del canto de las golondrinas pregonando la primavera.

            Un estridente tic-tac, en señal de advertencia,  la ha despertado hoy. Es consciente de haber estado soñando toda la noche algo importante, pero ¿qué era? Sólo recuerda diversas láminas de almanaques que exhiben números distintos que ella identifica con años.  

            Una vez finalizada la jornada de trabajo, retoma el mismo trayecto de todos los días. Se para ante el cristal de la tienda y comprueba que en el expositor ya no está el abrigo de pieles, sino que en su lugar han puesto una cazadora de cuero.

            — ¡Cómo se les ocurre intentar vender con semejante porquería! ¡Qué poco gusto! —piensa enfurruñada.

            Pero ahí no acaban las sorpresas. Nada más abrir la puerta de su piso, comprueba que algo ha pasado. El paragüero está en el suelo. Se para y escucha extraños ruidos. Silenciosamente se adentra y se dirige hacia su alcoba temiendo que el capital que guarda haya desaparecido. Nota que el estante en donde reposaba el cerdo que contenía el dinero, está quebrado, pero no hay fragmentos de cerámica rota en el suelo. Parte del edredón se extiende fuera de la cama. Se agacha, toca el tejido desgarrado que yace sobre el parqué, lo examina y constata que está humedecido. Un fiero gruñido la saca de su embotamiento. Con rapidez gira la cabeza para comprobar, por última vez, un monstruo rosado que abre su sanguinaria mandíbula mostrando la obscuridad al final del túnel.

            En el exterior el sol brilla como todos los mayos. Los pájaros trinan contentos de vivir el momento presente mientras los niños juegan sin importarles el mañana.

8 comentarios:

  1. Hola Blanca, te copipego en dos posts el texto ya cambiado (no me deja por extensión). Básicamente son algunos cambios de verbos por un sinónimo menos manido, y algunas frases que he recortado para que la lectura sea más ágil. A mí me gusta cómo ha quedado lo de los tiempos. :-) Un abrazo.

    Carmen siempre era la última en salir de la oficina. No solía coger el autobús, nadie le esperaba en casa y era frecuente que regresara dando un paseo. Aquel invierno fue más frío de lo normal y los transeúntes caminaban rápido buscando cobijo en el interior de los edificios. Es posible que a la mayoría les esperase un humeante plato de sopa y un cálido ambiente mientras se conversaba en familia. Ella, sin embargo, muchas veces olvidaba poner la calefacción y estaba harta de calentar la comida en el microondas, lo que llevaba haciendo desde que había perdido a su madre.

    Una mañana se detuvo en la calle para ponerse los guantes porque las manos se le habían quedado heladas. Levantó la vista y se vio reflejada en el cristal de una tienda. Su imagen era gris como el día. De repente, su figura desapareció para dejar paso a la pelirroja piel de un abrigo que iluminaba el expositor alejando las plomizas nubes que se proyectaban en el escaparate. Quedó prendada y su imaginación echó a volar. Acercó su rostro al vidrio hasta dejar un halo de vapor, pero no consiguió ver el precio. Decidida, entró en la tienda.

    —Le queda fantástico —comentaba una dependienta a la joven que se estaba probando otro abrigo parecido al que acababa de ver—. No sé cómo lo ve Vd. caballero, pero creo que el modelo le sienta realmente bien.

    —Sí, ya lo creo —respondió el aludido-. Nos lo vamos a llevar .

    El hombre sacó de su billetero la tarjeta de crédito y el documento de identidad y se lo ofreció a la vendedora.

    —Aquí tiene. ¡Qué lo disfrute señora! —le deseó ésta mientras hacía entrega de una gran bolsa-funda a la clienta —. ¡Adiós, que tengan un buen día!

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  2. Después se dirigió a la absorta mujer que había contemplado la escena, y se disculpó.

    —Perdone que le haya hecho esperar, ¿en qué puedo ayudarla?

    —Lo cierto es que me gustaría saber el precio del abrigo que se acaban de llevar.

    —Ése está entorno a los siete mil euros. ¿Quiere probarse uno?

    —No, gracias. Sólo quería saber eso.

    La dependienta, acostumbrada a tratar con todo tipo de público, advirtió el gesto de frustración de la clienta y le ofreció otra prenda de menor cuantía.

    —También tenemos chaquetones. Son algo más económicos y la piel no tiene nada que envidiar.

    —No, no, quiero el abrigo. ¡Es una maravilla!

    De regreso a casa le invadieron recuerdos de momentos ya vividos. Hubo un tiempo en el que ella fue joven y guapa, y tenía todo el mundo por delante. Tuvo un novio que no era tan elegante como el señor de la boutique, pero hubiera sido una buena compañía en la vejez. Tal vez su madre no tenía razón cuando la insinuaba que él no era el hombre adecuado para ella, que ella merecía más, que esperase, que en la vida todo llega. Pero ese hombre nunca llegó.

    Deseosa de saber a cuánto ascendían sus ahorros, nada más entrar en su apartamento se dirigió a su dormitorio y cogió de una estantería una figurita en forma de cerdito. Se sentó en la cama, quitó la tapa y vertió sobre el edredón el contenido que había dentro. Contó primero los billetes y, después, las monedas. No tenía suficiente dinero para comprarlo.

    —Para el chaquetón sí, pero no para el abrigo. Tendré que seguir ahorrando —se dijo a sí misma.

    Se levantó y se contempló ante el espejo. Metió la tripa hacia adentro y se irguió.

    —Tal vez no me quede tan bien como a la señorita de la tienda, pero ¡tampoco estoy tan gorda! —se consoló, apartándose de la realidad.

    Al día siguiente volvió a repetir la misma ruta de regreso a casa. Observó de nuevo el escaparate y se imaginó qué apariencia tendría envuelta por las pieles. Cuando llegó a su domicilio vació su monedero, cogió la hucha del cerdo e introdujo las monedas y billetes que calculó que iba a ahorrar si ese día no hacía la compra. Encendió el televisor y trató de olvidar el hambre que le mordía el estómago. Durante varios días repitió una y otra vez el itinerario y ejecutó la misma acción. Después de un tiempo dejó de tener apetito, pero no estaba cansada. Todo lo contrario, se sentía vital, a pesar de que desde hace varias noches apenas era capaz de dormir.
    Una tarde, después de comprobar cuánto tenía ahorrado, intentó dejar de nuevo la hucha sobre la estantería. Apenas pudo elevarla porque pesaba demasiado. Observó extrañada que casi no cabía en la repisa, pero no reparó en más. Sólo la motivaba lo cerca que estaba de comprarse el deseado regalo y ni tan siquiera se percató del canto de las golondrinas pregonando la primavera.

    Un estridente tic-tac, como una señal de advertencia, la ha despertado hoy. Es consciente de haber estado soñando toda la noche algo importante, pero ¿qué era? Sólo recuerda láminas de almanaques que exhiben dsitintos años.

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  3. Una vez finalizada la jornada de trabajo, retoma el mismo trayecto de todos los días. Se para ante el cristal de la tienda y comprueba que en el expositor ya no está el abrigo de pieles. En su lugar han colocado una cazadora de cuero.

    — ¡Cómo se les ocurre intentar vender semejante porquería!¡Qué poco gusto! —piensa, enfurruñada.

    Pero ahí no acaban las sorpresas. Nada más abrir la puerta de su piso, comprueba que algo ha pasado. El paragüero está en el suelo. Se detiene y escucha extraños ruidos. Silenciosamente se adentra y se dirige hacia su alcoba temiendo que el capital que guarda haya desaparecido. Advierte que el estante donde reposaba el cerdo con su dinero está quebrado, pero no hay fragmentos de cerámica rota en el suelo. Una parte del edredón se extiende fuera de la cama. Se agacha, toca el tejido desgarrado que yace sobre el parqué, lo examina y constata que está humedecido. Un fiero gruñido la saca de su embotamiento. Con rapidez gira la cabeza para comprobar, por última vez, un monstruo rosado que abre su sanguinaria mandíbula mostrando la oscuridad al final del túnel.

    En el exterior, el sol brilla como todos los mayos. Los pájaros trinan contentos de vivir el momento presente mientras los niños juegan sin importarles el mañana.

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  4. Muchas gracias. Tengo una duda de gramática. Cuando decimos NADIE LA ESPERABA EN CASA, ese la es objeto directo por lo que creo que no hay que poner LE. ¿Estoy en lo cierto?

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  5. Hola Blanca:
    Tienes toda la razón. Peco de "laísmo" así que a veces exagero corrigiendo, porque el leísmo es aceptado como alternativa correcta, mientras que al revés no sucede.

    Pero, en efecto, aquí lo correcto es "la".

    "Esperar a alguien", ese "alguien" es objeto directo (o complemento directo).

    Bss

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    1. No tenía ni idea de que el leísmo fuera aceptado como correcto.
      Gracias.

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    2. Hola:

      Me refería, claro está, al caso de arriba que me expuso Blanca. Cito textualmente:

      La Real Academia Española considera aceptable el leísmo si el C.D. es un ser humano masculino y singular, pero no si es un animal o una cosa, o plural:

      A tu primo le vi ayer. (Leísmo aceptado)

      *A tus primos les vi ayer. *A tu perro le vi ayer. *A ustedes les vi ayer. (Son todos incorrectos

      Gracias a vosotros.

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