jueves, 13 de junio de 2013

Blanca. Ejercicio 11.1 y 11.2. Tiempo y espacio.

La imagen del culpable

            Ana no podía dormir a pesar de haberse tomado un somnífero. Hacía algo más de un año que estaba en tratamiento psiquiátrico para paliar las crisis de pánico. Éstas empezaron la noche en la alguien la había disparado a bocajarro. El psiquiatra la había atiborrado de tranquilizantes e hipnóticos que la provocaba un estado de sopor durante todo el día, pero al llegar el atardecer, los temblores se hacían más evidentes y el nerviosismo se apoderaba de ella provocándola estados de vigilia. ¡Si al menos hubieran descubierto al culpable! La policía estaba a punto de cerrar el caso por falta de pruebas. Nadie había forzado la puerta de entrada de la casa. El arma que habían encontrado en el lugar de los hechos, y con la que la habían disparado en el tórax, era una Colt M1911 propiedad del marido de Ana. El disparo se había hecho desde muy cerca y no había síntomas de forcejeo. A las nueve de la mañana, como todos los días, la asistenta había llegado al domicilio. No se percató de nada extraño, hasta que entró en el dormitorio de los señores. Allí encontró a Ana, tendida inconsciente en el suelo y herida de gravedad. El esposo fue el primer sospechoso que tuvieron los investigadores, pero a la hora del intento de homicidio se encontraba en una cena que había dado la empresa en Connecticut. Barajaron también la posibilidad de que hubiera contratado a alguien, pero esto también fue descartado ya que los exhaustivos análisis que se efectuaron en el domicilio, así lo confirmaban. Sólo ella hubiera podido dar alguna pista sobre lo ocurrido, pero su memoria se negaba a recordar.

            De nuevo su marido había tenido que dejarla sola por motivos de trabajo. Ella se había negado a irse a dormir a casa de un amigo pensando que no le haría falta. Confiaba en los efectos que tendría la medicación si ingería el doble de lo prescrito. Pero sus suposiciones fueron erróneas. Aquella intranquilidad, que la desazonaba hasta límites insospechados, había derribado las murallas de los ansiolíticos. Un golpe pulsante en las sienes la martirizaba, pero lo que realmente la mortificaba eran los latidos arrítmicos de su corazón. Revolvió el cajón de la mesilla buscando un calmante que la apaciguara el dolor de cabeza que empezaba a ser insoportable. De repente, sus dedos se chocaron con algo duro y frío. Una luz cegadora invadió su mente intentando iluminar un obscuro recuerdo. El fuerte tirón que dió al agarrador, sacó el cajón de sus railes y provocó la caída de éste. Todo lo que contenía se esparció por el suelo, pero sus ojos tan sólo se depositaron en el arma. La cogió entre sus manos temblorosas y salió del dormitorio hacia el despacho. Un halo de bruma se había instalado en su pensamiento, pero de vez en cuando se disipaba y la asaltaban imágenes inconexas que no sabía juzgar de un modo racional. Encendió el ordenador que se encontraba en el escritorio y tecleó en el google “imágenes de revólveres”. No tardó en descubrir que la pistola que tenía con ella era una Colt, en concreto la 1911, el mismo tipo de arma, que según la policía, habían usado contra ella. Absolutamente mareada, se dirigió al teléfono y marcó un número.

            —Fuiste tú.

            —Ana, ¿eres tú? Habla más fuerte, que con todo el bullicio que hay, no oigo. Espera, que salgo fuera. Voy a ver qué quiere mi mujer —explicó a un comensal de su misma mesa—. Dime.

            —Fuiste tú —susurró con una voz apenas audible.

            —Fui yo ¿qué?

            —Tú me disparaste.

            —Que yo, ¿qué? Ana, no fui yo. Tranquila, no cuelgues el teléfono. Sigue hablándome. ¿Ana? ¡Dios, ha colgado!

            Ana salió de la habitación  y regresó de nuevo a su dormitorio. Depositó en el espejo del tocador su mirada perdida.

            —¿Quién eres tú? —preguntó a la figura que se reflejaba —.  Supongo que mi marido te ha prestado la llave para que entres. ¿Vas a intentar otra vez matarme? Esta vez yo tomaré la delantera.

            El silbido, apenas audible, de una bala proyectada por una pistola con silenciador, no llegó a escucharse fuera de la alcoba.

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