jueves, 16 de julio de 2015

Despieza-relatos 2: Los asesinos, de Ernest Hemingway

Este miércoles 15 de julio procedimos a despiezar el segundo relato de este verano, el muy estudiado Los asesinos, de Hemingway. Otro grande de la "Generación Perdida", a la que estamos dedicando nuestros últimos desvelos.

The Killers —que Hemingway pretendió titular, prístinamente, The Matadors— suele plantearse como ejemplo extraordinario de economía narrativa, con un diálogo muy vivo como sostén de la acción e intervenciones escuetas de un narrador que no se mete en dibujos. Se dice que Hemingway lo escribió de un tirón en la mañana del 16 de mayo de 1926. Fue publicado en 1927 como parte del libro Hombres sin mujeres. Se puede leer el relato aquí.


El autor y su tiempo

Ernest Miller Hemingway (Oak Park, Illinois, 1899, Ketchum, Idaho, 1961) es uno de los autores norteamericanos más influyentes. Su obra, compuesta sobre todo por relatos y novelas, fue reconocida con el premio Nobel en 1954.
En ella influyó su actividad como periodista y su experiencia personal en diversos conflictos armados, primero como conductor de ambulancias voluntario durante la Primera Guerra Mundial y más tarde como corresponsal en la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial.
En el París de los años 20, Hemingway alternó con las vanguardias y con otros miembros de la “Generación Perdida”, ambiente que retrata magistralmente Woody Allen en su película Medianoche en París. A lo largo de su vida se casó (de forma sucesiva) con cuatro mujeres. Tanto matrimonio, quizás, formaba parte de su propensión a sufrir accidentes, desde una explosión entre las piernas (con lo que eso debe de doler) en el frente italiano, hasta dos accidentes de avión en África, pasando por una auto-apertura craneal al confundir la cadena del váter con el tirador de un tragaluz. Los peor pensados vinculan episodios como este a la ingesta de alcohol.
Las obras de Hemingway están ambientadas en el mundo de la guerra, el boxeo, los toros, la caza o la pesca, actividades todas ellas “de vida y muerte”. Las más conocidas y aclamadas son (sobre gustos hay muchísimo escrito) Fiesta (The Sun Also Rises), Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas y El viejo y el mar. El más paradigmático de sus relatos breves es, probablemente, el que hoy comentamos.

Los asesinos

Protagonista: no fácil de determinar. Para algunos lo es el joven Nick Adams, pero más bien por tratarse de un personaje que aparece en otras narraciones de Hemingway. Para otros lo sería Ole Andreson, el boxeador recluido en su pensión y no dispuesto a hacer nada para evitar su propio asesinato, cuyo error (“dato escondido” que nunca llegamos a conocer) desencadena la acción. Por cierto, sobre el procedimiento del dato escondido es muy recomendable leer a Vargas Llosa, cabe hacerlo aquíUna tercera postura atribuye el papel protagonista al bueno de George, responsable del restaurante, quien nunca es descrito físicamente por Hemingway pero sí caracterizado por su aplomo y pragmatismo (e incluso piropeado por uno de los asesinos).
Narrador: externo, que responde casi perfectamente a la definición de “narrador-cámara”. Jamás nos traslada lo que piensan los personajes (con la posible excepción de un “sonó tonto decirlo”, llegando al final) y casi nunca sabe más de lo que objetivamente se ve (salvo que el restaurante fue antes taberna y que Ole Andreson es boxeador, aunque ambas cosas no son precisamente secretos de estado, dada la pinta de ambos).
Ritmo: muy vivo, impulsado por el predominio del diálogo sobre la descripción y de las frases simples —muchas veces repetidas a modo de ecos— sobre las oraciones con subordinadas. Un elemento de desasosiego que utiliza Hemingway es el desajuste en la hora en el reloj y la distorsión del tiempo, que no transcurre de manera homogénea a lo largo del relato.
Conflicto: la irrupción del caos en el mundo ordenado de un restaurante de comida rápida pone en pie un conflicto en forma de dilema moral: ¿qué actitud adoptar ante el conocimiento de la muerte inminente de otro ser humano? ¿Hasta qué punto debe uno implicarse, o no, para tratar de evitarla? El cocinero negro, Sam, lo tiene claro: hasta ningún punto. George y Nick Adams, en cambio, se inclinan por tratar de ayudar. Se trata, en el fondo, de la idea de John Donne de la que surgió el título de Por quién doblan las campanas: “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Tema:
 dado el “principio del iceberg” que aplicaba Hemingway en su teoría literaria (“No debe verse nunca más que un séptimo de lo que está bajo el agua”), a mí no me extrañaría que el tema de Los asesinos fuera absolutamente ajeno al discurrir aparente del relato. Quizá, el carácter repetitivo y absurdo de los actos más básicos de la vida (y la muerte).
Indicios a analizar: El aspecto estrafalario e inapropiado de los asesinos (“hombrecitos” con abrigos estrechos, caracterizados como personajes de vodevil y aludidos como “toreros” en el título que no llegó a ser). Desplazamientos semánticos en ciertas expresiones (Ole, nombre sueco y expresión taurina; Summit –cumbre- versus Fall –otoño y caída-; derby hat –sombrero hongo-, siendo derby = carrera de caballos, que también se citan en otra ocasión; ham and eggs fighters –boxeadores “de poca monta”, “de tercera fila”-, en relación con la reiterada expresión ham and eggs -jamón y huevos-…).

La próxima cita será con William Faulkner y Una rosa para Emily.
Podéis encontrar el relato aquí.
Nos vemos el jueves (¡atención!: el jueves) 23, a las 19,30 horas, en el Tejavana.

Feliz semana.


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