El vampiro de los mares
Luis
se escondió dentro del despacho mientras su hermano Juan lo buscaba. Ambos
tenían prohibido la entrada en aquella habitación que era utilizada como lugar
de trabajo de su padre. Incluso, últimamente, había instalado un cerrojo que
cerraba el acceso desde fuera. Pero hoy, alguien había dejado la llave puesta
en la cerradura. Se ocultó detrás de la puerta, la entornó suavemente y contuvo
la respiración al oír que se hermano se acercaba. Clack, sonó el picaporte al
cerrarse.
—Ahí
te quedas. Me llevo la llave. ¿Qué te creías, que no te había visto?
— ¡Abre,
idiota! —le gritó metiendo un puñetazo a la puerta.
— ¡Qué
te vaya bien, “pringao”! —fue lo último que dijo mientras se alejaba por el
pasillo.
Juan
tomó aire y cerró los ojos para contener la furia que en aquellos momentos lo
envolvía. Al abrirlos comprobó horrorizado
que alguien había subido, del garaje, el acuario. No sabía por qué, pero
aquella enorme pecera siempre le había hecho sentirse mal. Un nuevo susto hizo
que sus pulsaciones se aceleraran al escuchar las campanadas de la catedral que
anunciaban la siete de la tarde. Volvió a inhalar aire y a soltarlo lentamente
con la intención de tranquilizarse. Echó una ojeada a la sala intentando no poner
la vista sobre aquel recipiente lleno de agua que tanto malestar le causaba. Al
lado contrario de la habitación se encontraba la mesa en la que su padre solía
trabajar con el ordenador. Se acercó hacia allí, se sentó y pulsó el intro del
equipo. La pantalla se iluminó para dar paso a un artículo. Movió la rueda del
ratón, cambiando de una página a otra, hasta que una fotografía de un pez llamó
poderosamente su atención. La imagen mostraba a un espécimen con dientes de
sierra y con un cuerpo de aspecto arenoso. Instigado por la curiosidad, empezó
a leer el texto:
“El vampiro de los mares”
Esta especie habita
en aguas dulces. Sus aletas se transforman en alas al atardecer, y es entonces,
a la caída de la tarde, cuando nos encontramos con una fiera extremadamente
peligrosa. Se aconseja no mirarla nunca a los ojos para evitar que adquiera
excesivo tamaño. Hay que tener especial atención con los ambientes limpios. Tan
sólo el monóxido de carbono contribuye a aletargar su agresividad.
De
repente tuvo una corazonada: ¿Es posible que su padre hubiera sacado aquella
enorme pecera del garaje para evitar estos gases tóxicos? ¿Por qué estaba
investigando este animal tan extraño?
En
un arrebato de osadía decidió indagar cuál era el contenido del acuario. Se
acercó lentamente contemplando el agua cristalina carente de vida animal. Se
quedó mirando en el interior del vivero, pero allí no había nada, o él no veía
nada. El ocaso había venido con las sombras que le son propias y los objetos de
la sala empezaban a perder las líneas que los definían. Tanteó las paredes del
depósito en busca del interruptor que iluminaba la pecera. —Aquí está —pensó
pulsando el botón. Puso las manos a modo de prismáticos y las reposó sobre el
cristal. — ¿Qué era aquello que había sobre la gravilla del fondo?—. Buscó en
los cajones del escritorio algo, suficientemente alargado, para remover la
arena. Encontró una regla y la cogió. Acercó una silla, se subió en ella, se
remangó el jersey e introdujo el brazo hasta más del codo. Con la regla movió
el sílice hasta que un ser, de inmensas alas de murciélago, saltó hacia la
superficie depositando sus fríos ojos añil sobre las pardas córneas de Luis. No
hubo gritos, sólo se oyó el suave sonido del chapoteo, cuando una gigantesca
boca con dientes de sierra se abrió para engullir parte del rostro del niño
llevándolo al fondo de arenilla.
Aquella
noche nadie cenó. Todo el mundo buscaba a Luis. Todos menos su hermano porque
sabía dónde podía encontrarlo, pero no habló por miedo a la reacción que su
padre pudiera tener. Unas horas más tarde la policía fue quién encontró,
rodeado de un gran charco de sangre, un cuerpo de niño decapitado.
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ResponderEliminarComo siempre, yo no puedo aportar nada más que opiniones sobre lo que he sentido al leer el relato. Para comentarios técnicos, ya tenemos al sector rector del grupo. ¡Qué para eso tienen estudios! Yo, lo único que humildemente puedo decir, es; que cada texto que uno lee... puede, o no, engancharte desde un principio. Y, que si no es así... problablemete no lo haga nunca. Eso me ha pasado con este, que me perdiste ya desde el primer párrafo (lo he terminado de leer, pero no es lo mismo). No digo que sea malo, ni que no esté bien escrito, al revés. Si no que nuestra misión como escritores (aunque se sea amateur, como yo) pasa necesariamente por intentar cutivar desde la primera hasta la última palabra. Y eso, precisamente eso, es lo dificil de esto. Amén de que los diaálogos sean creíbles. En esto, te pasa como a mí a veces. Un lenguaje no es más creíble por coloquial. Al revés, como en este caso lo hace totalmente artificial. Cosa, que yo todavía no consigo hacer bien del todo. Ahora, la historia propiamente dicha; me ha gustado mucho.
ResponderEliminarPodías intentar reescribirlo cambiando el principio y los diálogos. El próximo día de recreo, que ya podré ir por terminar los dichosos exámenes, estaría encantado... deseoso de escuchar el nuevo relato.
Oscar De Abajo/La loca caja de Pandora
Pues, honestamente, esta vez creí que había acertado con los diálogos, que a decir verdad, es algo que aún no controlo totalmente.
EliminarEstán bastante conseguidos los diálogos, Blanca, a ver si te lo puedo leer con tranquilidad y te digo más cosas "técnicas".
EliminarÓscar, yo estoy encantada... deseosa de escuchar lo que te han inspirado los ejercicios o estas semanitas ;)
Un abrazo a los dos.
Por cierto.... ¿Quien lo ha escrito?
ResponderEliminarCreo que no ha puesto el nombre..... ¿Habrá sido Blanca otra vez?
Sí, soy Blanca
EliminarLo siento, estoy de exámenes. He intentado hacer algo con lo de Prada, incluso tengo una idea buenísima, pero no acaba de salir. Ye os contaré!!!
ResponderEliminarOski
Buena suerte para tus examenes
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