Pobre niño, míralo hay sentado junto a ese árbol.
Está en el mejor momento, en el mejor sitio, y sin embargo no es feliz.
—Como puede ser eso, si la vida te sonríe muchacho.
—Si yo quiero querer, pero el corazón no deja.
—Tienes cinco años, y las penas ya te rondan el
corazón. Si apenas has empezado a navegar, ¿cómo puedes ir tras la estrella
polar en rumbo Sur? Esas son cosas de mayores.
—No sé si el amor es cosa de mayores, pero la
timidez es del tiempo.
— ¿Cómo? Acaso es problema de timidez.
—El problema es ella, ¡es tan guapa! Y yo, tan poca
cosa.
—Pero ella es una chica y tú un chico ¿Qué puede
pasar entre los dos que tan sea malo?
Nunca supe cómo ayudar a los humanos, solo sé gustarles
por mis flores, alimentarles con mis frutos o darles mi calor y mi sangre. Cien
años viéndoles pasar, viéndoles crecer y viéndoles convertirse en una sociedad
adulta, egoísta pero adulta. Ojalá supiera enseñarles el sendero del tiempo. Ojalá,
pudiera enseñarles de nuevo lo que antaño supieron. La madre natura tenía
puesta sus esperanzas en aquellos, en los que escaparon sobre barcos de piedra;
Pascua, Australia, Nueva Zelanda,… ellos también fallaron. Aún quedan unos
pocos que todavía saben del camino secreto, pero tarde o temprano los
encontrarán y nuestras esperanzas se perderán para siempre.
—Árbol.
—Dime,
mi niño.
—
¿Seré así de tímido toda la vida?
—Puede
¿Acaso importa?
—Sí,
ser tímido duele. Sé lo que quiero decir. Mas, las palabras se atragantan, se
trastabillan intentando salir, se hacen pelota en la punta de la lengua, y de
ahí no pasan.
—Cada
uno nos expresamos como podemos, a mí me duele ver a los hombres destruyendo lo
que nos sostiene a todos. ¡Si no estuvierais tan sordos!
—Yo,
siempre te hice caso papa árbol.
—Pero
te harás mayor y te olvidaras de cómo se habla conmigo. Seré un sueño infantil.
—Yo
¡nunca te dejaré!
—Lo
han intentado las hadas y los gnomos, el viento y el mar, el fuego y el rayo,
pero por mucho que hagamos siempre os olvidáis.
Cuanta tristeza bajo la piel de la madre
naturaleza, el mundo se queja y los mayores no le escuchan. Yo escucho, pero no
sirve de nada. Ella está hay delante y no la puedo decir lo que siento. A padre
le cuento lo hablo de ti, y no me cree. Ayer me dijo que le gustaba. Me pidió
ir al baile conmigo. Pero ahí me quedé yo, plantado, sin decir nada. Ella se
fue llorando, y mi alma se rompía un poquito con cada lágrima que resbalaba de
su mejilla. Hice, lo que más temía. Hice, lo que el mundo me prohibía. Hice, lo
que mi alma me impedía. La hice llorar.
—No
te sientas triste niño, hiciste lo que podías.
—La
hice sufrir, es culpa mía.
—Lo
que paso, no lo puedes cambiar, pero si puedes arreglar lo que no ha pasado
todavía.
—Arreglaré
lo que pueda, el mal que nunca debió hacerse, ya está hecho. Solo queda
mejorar.
Me ha recordado a Mi planta de naranja-lima, ese lirismo en la conversación con el árbol.
ResponderEliminarAl final parece que el niño es mayor, ¿no? por el tipo de consejos y sucedidos que le dice el árbol. Si es así, habría que hacerlo más explícito.
Hay cosillas a corregir de puntuación y un "hay" que es "ahí", pero vamos, que me interesa más que funcione la historia.
Eso, es porque el niño representa al hombre. He intentado manejar la humanidad como algo infantil e inocente, pero humana al fin y al cabo.
EliminarOscar.