miércoles, 21 de marzo de 2012

Ejercicio 10.2. Blanca

El obsequio
            Un golpe de mar hizo zozobrar la barca. Todos intentaron asirse a algo, a la madera, al compañero de al lado, al aire, pero el esfuerzo fue inútil. La naturaleza golpea con  brío de titanes cuando se despreocupa de los seres vivientes que contiene. Caímos al agua y ésta nos arrolló como una estampida de animales salvajes. No percibí si estaba fría, sólo noté su rabia contenida y su deseo de hacernos desaparecer. El viento, cómplice de nuestra desdicha, acercaba a la costa las olas y nuestros gritos desesperados. Alguien me agarró cuando estaba a punto de sumergirme en las profundidades del infierno. Alguien que me tendía la mano, vociferó palabras que no conseguí entender porque ni tan siquiera las oía. Yo no podía aceptar su auxilio porque mi mundo estaba guardado dentro de mi puño. Ya me era difícil no ceder la arena de mi desierto a la escurridiza agua que intentaba filtrarse entre mis dedos para robarme lo único que me quedaba.
            —Cada vez que toques esta tierra te acordarás de nosotros y sabrás que debes retornar porque aquí está tu pueblo —fueron las últimas palabras que me había dicho mi madre mientras me depositaba un puñado de polvo de oro en la palma de mi mano.
            Si perdía el regalo, ¿cómo iba yo a recordar que tenía que volver? Moví desesperadamente los brazos y las piernas para intentar mantenerme a flote, pero nada pude hacer frente a la cólera del oleaje. Supe el momento del regreso cuando el lodo escapó de mi mano como un tropel de frenéticas angulas.

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