martes, 6 de marzo de 2012

Ejercicio 8.2. Blanca.


Sufro estrés postraumático

            No pude por menos, cogí la copa de vino y se la lancé. En su cara no sólo aterrizó el vino, sino que el cristal se hizo añicos al estrellarse contra su pasmado rostro.
            —No quiero tomar de postre tarta de moras, ¿cómo tengo que decírselo?
            Desde entonces, estoy aquí, en la octava planta del Hospital General, la que se reserva a los pacientes de psiquiatría. Me han diagnosticado estrés postraumático.
            Todo empezó cuando me enamoré de aquellos ojos azules como el cielo de verano. Los zafiros celestes de su bello semblante dominaban mi razón; y yo, sin criterio propio, era robot de sus consejos. Allí, a la sombra del manzano, siseado por la amiga del diablo, me sugirió un cambio en mi indumentaria.  Al día siguiente, aparecí con un ancho cinturón que hacía de minifalda. El manzano, que es aguijón de deseos prohibidos, me permitía imaginar la fabulosa tarde que íbamos a pasar. El suave viento que mecía delicadamente la hierba del prado, me propinó un golpe en el tímpano cuando me acercó una voz familiar. Como abejorro sin alas, mi padre subía por la pradera gritando no sé qué sobre las perdices. Le acompañaba el párroco de mi pueblo, defensor acérrimo de ideas islámicas sobre la castidad femenina y presidente de la Cofradía del Chismorreo. Como no era mi intención que este periodista frustrado divulgara desde el púlpito el desliz que había cometido, me arrojé sobre la zarzamora, como si de una montaña de mullida paja se tratara. Frutos del paraíso, ¿por qué os escondéis en un nido de erizos?... pinchazos, mordiscos y gritos, bueno, realmente los alaridos eran míos. Tuve que ser rescatada, pero no por San Bernardos, sino por dos Rottwilers, enseñando ambos sus dentaduras, uno porque se reía, el otro porque rugía y gritaba algo que yo no entendí; pues bastante tenía con recuperar mi camiseta y la microfalda que ansiaba ponerse la codiciosa planta.  Hasta que no pagué el rescate al demoniaco arbusto, éste, no me liberó; así que le cedí mi vestimenta, transformada en harapos gracias a la contienda que acabábamos de lidiar. Pero no sólo eso, era tal su afán recaudatorio, que el canon también se saldó con parte de mi piel y unos cuantos centímetros cúbicos de sangre O+.  No llegué a formar parte de los ecos de sociedad que difundía el cura, pero tampoco fue gratuito: me he convertido en su más abnegada sirvienta. Así, que mientras esté en este hotelito, no pago tributo. A lo mejor me he pasado un poco con el camarero, pero si no lo hago así, no hay manera de engañar a los psiquiatras.

5 comentarios:

  1. Tan aplicada como siempre, Blanca, pero igual tiene demasiadas figuras y tal vez por eso me ha costado un poco leerlo. Me gustas más cuando escribes más sencillo

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    1. A mí también. He intentado utilizar las metáforas y los símiles de un ejercicio anterior. Realmente ha quedado demasiado recargado.

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  2. Hola Blanca:

    Algunos comentarios. Cuidado con dos imágenes/metáforas tan seguidas, porque es redundante. "Todo empezó cuando me enamoré de aquellos ojos azules como el cielo de verano. Los zafiros celestes..."

    Al principio un poco de avalancha de figuras, pero luego el tono se mantiene uniforme y no desentonan, en mi opinión.

    No termino de entender lo del camarero, ¿sólo por eso fue internada? Creo que ha faltado algún detalle más, pero la historia es muy humorística. A mí me parece que has disfrutado escribiéndola.

    Abrazos.

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    1. Al igual que he comentado a Menchu, creo que no se debe de poner tantas metáforas, comparaciones y lo otro, que no me acuerdo cómo se llama, pero sí sé utilizarlo. Es demasiado porque entorpece la lectura y apenas aporta riqueza al escrito.
      Gracias

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    2. Sí, sí, no hace falta poner tantas, pero tu relato de Hemingway, sin ir más lejos, es absolutamente lírico :-)

      Estarás de acuerdo conmigo, es cuestión de conseguir el equilibrio.

      Conste que a mí este relato me gusta mucho, sólo quitaría alguna de la primera parte ;-)

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