lunes, 5 de marzo de 2012

Rocío. Ejercicio porque sí.

Pues eso, que las escribí el domingo y me apetecía compartirlas. Luego os cuento una cosa, pero otra os la adelanto ya: ¿os acordáis de las palabras mágicas? Pues eso. Gabriela nunca me falla.


CIUDADES MALDITAS I: la Ciudad Naufragada
Dicen que Nerea es el nombre de la ciudad maldita que esconde el océano. Hubo un tiempo en que formó parte de una isla y sus habitantes fueron conocidos buscadores de tesoros: desde el Péndulo que marca el Tiempo Eterno hasta el Juego de ajedrez de la Vida, viajaron en las bodegas de sus barcos-ballena todos los ingenios de ese siglo e incluso los todavía no imaginados.
Pero la ambición de los nereidos les llevó a adentrarse en el territorio de la Mujer Ardiente, por cuyas venas circulaba lava volcánica y cuyo aliento de azufre castigaba a los atrevidos. Un barco de Nerea llegó hasta la fosa donde habitaba el engendro y le robó mientras ésta dormía a una de sus hijas, una criatura de piedra que la Mujer Ardiente caldeaba en sus brazos para insuflarle su venero de fuego.
Sin embargo, de regreso a su isla, y colocado el botín a modo de estatua en el jardín del rey de los nereidos, se abrieron los ojos del ser de piedra como dos ascuas vengadoras y se transformó en un manantial de lava que anegó las calles de la ciudad. La Mujer Ardiente, por su parte, al darse cuenta del secuestro, hizo temblar la tierra hasta llegar a la isla donde se hallaba la ciudad culpable y la hundió en el océano para siempre.
Pero Nerea está maldita: sus habitantes purgan su pena eterna malviviendo entre los escombros de una ciudad cubierta de algas y plancton y, de vez en cuando, consiguen que sus redes hagan naufragar algún barco. Tienen la esperanza de conseguir un tesoro que les devuelva la ilusión de sus días de gloria.

CIUDADES MALDITAS II: la Ciudad Laberinto
El nombre de la ciudad está escrito en sus paredes en dos mil lenguas indescifrables y una sola legible, pero sólo quien llega hasta el corazón de la Ciudad Laberinto puede conocerlo y encontrar la salida.
Porque la Ciudad Laberinto, que ocupa la falda de una colina, y que exhibe desde la lejanía su entrelazado de calles y casas de idéntica altura, en círculos concéntricos, parece fácil de resolver desde fuera pero se convierte en una pesadilla en su interior.
Sus creadores, los habitantes subterráneos, construyeron un sistema que les permite desplazar los muros de la superficie y así redibujan el diseño de las calles cada cierto tiempo, impidiendo al viajero orientarse.
No obstante, siempre hay algún sabio que prefiere el reto de perderse en las calles de la Ciudad Laberinto que intentar llegar al centro de ésta. Porque dicen también que las dos mil lenguas indescifrables de sus paredes son el compendio del saber del universo, y que lo trajeron las criaturas subterráneas desde otro planeta. Y así vagan malditos en su interior, inmortales hasta el día en que conozcan sus secretos.

CIUDADES MALDITAS III: la Ciudad de las Esfinges
Belcaste llamaron a la Ciudad de las Esfinges que custodia la guarida del último dragón. Fue edificada por una magia milenaria más antigua que el primer humano y que pervivirá hasta el postrer aliento de la bestia.
Valientes caballeros quisieron ganarse el favor de su rey y la mano de la heredera, y se perdieron en sus calles, devorados sin misericordia por las esfinges que les planteaban acertijos imposibles de resolver. Más cautos, magos y nigromantes acudieron a escuchar las palabras de las esfinges, y así descubrieron que en cada una de ellas vivía el alma de un dragón muerto; por eso comprendieron que jamás podrían vencerlas con sabiduría, pues no hay criatura viviente que supere a un dragón en inteligencia.
Sólo los niños se atreven a vagabundear por las calles de Belcaste, porque las esfinges les respetan: aprenden de sus balbucientes preguntas un tesoro de conocimientos sobre los humanos que, de otro modo, nunca sabrían, e incluso algunos de ellos llegan a ver al dragón.
El precio es terrible, en apariencia, porque pierden la vista al hacerlo, pero sus sonrisas parecen desmentirlo. Han dejado de ver las cosas de este mundo, sí, pero los visionarios de dragones siempre están rodeados de gente ansiosa de que les hablen de los otros mundos que ahora pueden ver y escribir las infinitas historias que allí acontecen.

3 comentarios:

  1. ¡Qué envidia! ¡Menuda imaginación! Se intuyen castillos, escaleras y llaves pero echo de menos espejos y ojos azules... (no recuerdo más de tus palabras mágicas) Buscaré las mías

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  2. Caray, bastante es que te acuerdes. Cierto, me faltan los espejos, tendré que escribir una cuarta Ciudad Maldita con ellos. Lo de los ojos azules, más que palabra mágica, es la típica obsesión inconsciente que voy volcando en los relatos sin darme cuenta, sembrándolos de miradas azules (como la de Gabriela).

    Me encantará conocer tus palabras mágicas e inspiradoras :-)

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  3. Lo que prometí contar: las Ciudades Malditas (u otras sobre las que escribo, tengo seis microrrelatos con ellas) están inspiradas (que no plagiadas) en "Las ciudades invisibles" de Ítalo Calvino, un autor con el comparto palabras mágicas. Leer sus libros, para mí, y en especial ése, es buen antídoto contra el bloqueo literario.

    Abrazos.

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