CIUDADES MALDITAS I: la Ciudad Naufragada
Dicen que Nerea es el nombre de
la ciudad maldita que esconde el océano. Hubo un tiempo en que formó parte de
una isla y sus habitantes fueron conocidos buscadores de tesoros: desde el
Péndulo que marca el Tiempo Eterno hasta el Juego de ajedrez de la Vida,
viajaron en las bodegas de sus barcos-ballena todos los ingenios de ese siglo e
incluso los todavía no imaginados.
Pero la ambición de los nereidos
les llevó a adentrarse en el territorio de la Mujer Ardiente, por
cuyas venas circulaba lava volcánica y cuyo aliento de azufre castigaba a los
atrevidos. Un barco de Nerea llegó hasta la fosa donde habitaba el engendro y
le robó mientras ésta dormía a una de sus hijas, una criatura de piedra que la Mujer Ardiente caldeaba
en sus brazos para insuflarle su venero de fuego.
Sin embargo, de regreso a su
isla, y colocado el botín a modo de estatua en el jardín del rey de los
nereidos, se abrieron los ojos del ser de piedra como dos ascuas vengadoras y
se transformó en un manantial de lava que anegó las calles de la ciudad. La Mujer
Ardiente, por su parte, al darse cuenta del secuestro, hizo temblar la tierra
hasta llegar a la isla donde se hallaba la ciudad culpable y la hundió en el
océano para siempre.
Pero Nerea está maldita: sus
habitantes purgan su pena eterna malviviendo entre los escombros de una ciudad
cubierta de algas y plancton y, de vez en cuando, consiguen que sus redes hagan
naufragar algún barco. Tienen la esperanza de conseguir un tesoro que les
devuelva la ilusión de sus días de gloria.
CIUDADES MALDITAS II: la Ciudad Laberinto
El nombre de la ciudad está
escrito en sus paredes en dos mil lenguas indescifrables y una sola legible,
pero sólo quien llega hasta el corazón de la Ciudad Laberinto puede
conocerlo y encontrar la salida.
Porque la Ciudad Laberinto,
que ocupa la falda de una colina, y que exhibe desde la lejanía su entrelazado
de calles y casas de idéntica altura, en círculos concéntricos, parece fácil de
resolver desde fuera pero se convierte en una pesadilla en su interior.
Sus creadores, los habitantes
subterráneos, construyeron un sistema que les permite desplazar los muros de la
superficie y así redibujan el diseño de las calles cada cierto tiempo,
impidiendo al viajero orientarse.
No obstante, siempre hay algún sabio
que prefiere el reto de perderse en las calles de la Ciudad Laberinto
que intentar llegar al centro de ésta. Porque dicen también que las dos mil
lenguas indescifrables de sus paredes son el compendio del saber del universo,
y que lo trajeron las criaturas subterráneas desde otro planeta. Y así vagan
malditos en su interior, inmortales hasta el día en que conozcan sus secretos.
CIUDADES MALDITAS III: la Ciudad de
las Esfinges
Belcaste llamaron a la Ciudad de
las Esfinges que custodia la guarida del último dragón. Fue edificada por una
magia milenaria más antigua que el primer humano y que pervivirá hasta el
postrer aliento de la bestia.
Valientes caballeros quisieron
ganarse el favor de su rey y la mano de la heredera, y se perdieron en sus
calles, devorados sin misericordia por las esfinges que les planteaban
acertijos imposibles de resolver. Más cautos, magos y nigromantes acudieron a
escuchar las palabras de las esfinges, y así descubrieron que en cada una de
ellas vivía el alma de un dragón muerto; por eso comprendieron que jamás
podrían vencerlas con sabiduría, pues no hay criatura viviente que supere a un
dragón en inteligencia.
Sólo los niños se atreven a
vagabundear por las calles de Belcaste, porque las esfinges les respetan:
aprenden de sus balbucientes preguntas un tesoro de conocimientos sobre los
humanos que, de otro modo, nunca sabrían, e incluso algunos de ellos llegan a
ver al dragón.
El precio es terrible, en
apariencia, porque pierden la vista al hacerlo, pero sus sonrisas parecen
desmentirlo. Han dejado de ver las cosas de este mundo, sí, pero los
visionarios de dragones siempre están rodeados de gente ansiosa de que les
hablen de los otros mundos que ahora pueden ver y escribir las infinitas
historias que allí acontecen.
¡Qué envidia! ¡Menuda imaginación! Se intuyen castillos, escaleras y llaves pero echo de menos espejos y ojos azules... (no recuerdo más de tus palabras mágicas) Buscaré las mías
ResponderEliminarCaray, bastante es que te acuerdes. Cierto, me faltan los espejos, tendré que escribir una cuarta Ciudad Maldita con ellos. Lo de los ojos azules, más que palabra mágica, es la típica obsesión inconsciente que voy volcando en los relatos sin darme cuenta, sembrándolos de miradas azules (como la de Gabriela).
ResponderEliminarMe encantará conocer tus palabras mágicas e inspiradoras :-)
Lo que prometí contar: las Ciudades Malditas (u otras sobre las que escribo, tengo seis microrrelatos con ellas) están inspiradas (que no plagiadas) en "Las ciudades invisibles" de Ítalo Calvino, un autor con el comparto palabras mágicas. Leer sus libros, para mí, y en especial ése, es buen antídoto contra el bloqueo literario.
ResponderEliminarAbrazos.