A la tarea
Jean trabaja
de lunes a viernes, termina su jornada a las tres de la tarde. Hoy la mañana ha
sido buena, todo ha rodado mejor, parece que la gente se esta poniendo las
pilas y por eso ha salido del tajo media hora antes.
Esta mañana el sol debuto mas temprano, a las siete y a diario no se ve mucha gente caminando;
pero a estas horas de mediados de febrero el astro rey brilla con otra alegría,
y auque se agradece una chaqueta, se esta muy bien en la calle.
—Hace estupendo para pasear —se despide Marga en el cruce
del semáforo.
—Hasta mañana, no te olvides del CD —la recuerda Jean.
Como cada
jueves en la Farmacia de la esquina Vanessa esta terminando de limpiar las
lunas, más tarde hará el interior. Generalmente lleva puesta una bata azul como
de tendero antiguo, para estas tareas, pero en esta ocasión luce unos
pantalones pitillo de color mostaza metidos en las botas de media caña con los
cordones desabrochados y en la parte de arriba, entre la chaquetilla blanca
como de hospital y el pañuelo del cuello, se ve una blusa estampada en tonos
verdes que la favorece mucho.
—¿Ya terminas por hoy Vane?— se hace el simpático Jean.
—Ya quisiera —le explica Vanessa—, a las cinco empiezo en la
cafetería.
—Venga, que te sea leve —se despide.
—Gracias —le regala una sonrisa—, disfruta de la tarde.
En casa no
hay nadie, Su hijo Diego esta de excursión y no vuelve hasta las siete y Carmen
no sale hasta las tres. Hace tan bueno que decide ir caminando hasta el centro a
esperarla. Van a tomar un aperitivo, allí cogerán el autobús o si a ella le apetece comerán en ”El
valenciano” ese arroz que la encanta. Será una tarde de novios.
Jean camina cavilando.
¡Que mujer, Vanessa! Sabe que desde las siete hasta ahora hace varias oficinas,
un par de portales y algún bar, la
tienda de regalos y una floristería. Puede que fuera guapa, pero esta muy ajada. Tiene que acabar
agotada, piensa, esta en los huesos, y
además siempre esta fumando. Su mirada suele ser triste, pero siempre le
devuelve una mueca agradable, iluminada por los dos luceros celestes de su cara.
Sería una
buena idea coger unas rosas para Carmen. Espera que no se asuste. Las últimas que
la regalo fueron hace más de diez años.
— ¡Te quiero! —esta seguro que la va a decir—, ¡perdóname!. Te invito a
comer.
Vanessa vive
sola, no tiene familia cercana, al menos en la ciudad. Nunca la menciona. El
piso es alquilado, un apartamento muy coqueto, bastante céntrico, aunque en una
calle oscura, a tan solo a media hora andando a su trabajo más lejano.
Compra, guisa… procura comer en casa, sobre todo por la
media hora de siesta.
Tras la ducha, se arregla de tarde. Se coloca los tacones, se aplica el carmín y es otra.
Pasada la
media noche, con suerte antes de las dos, Vanessa vuelve a casa, sola o
acompañada. Antes de meterse en la cama se toma la medicación obligatoria con
un zumo y echa un vistazo al marco, sobre el aparador, de la foto donde
aparecen unos padres con su hijo levantando un trofeo. Es la final del
campeonato regional de tenis, categoría alevines
de 1.980. Este es el único documento gráfico que Vanessa conserva de antes de
operarse.
Sorprendente, no me lo esperaba.
ResponderEliminarHasta mañana
Muy bueno eres tú en estado puro.
EliminarOscar
¡Hala, qué final! Me encanta cómo has hilado las dos historias. Es sencillo y por eso resulta bonito
ResponderEliminarMuy bien, Paco. No lo llamaría yo "lírico" pero como relato es estupendo. Muy bien entrelazadas esas dos historias de mujeres. Qué bueno el final.
ResponderEliminarHe visto las metáforas y comparaciones, bien, bien. Al final, ése era el objetivo.
Otra cosa: muy bien utilizado el guión de diálogo ;-)
Hay tildes desaparecidas, algún problema con los tabuladores, revisa, plis.
Abrazos.