viernes, 10 de febrero de 2012

Blanca. Relato para comentar.


La sima del deseo



            No te vayas Morfeo, quédate un poco más. Si abandonas mi mente, volverá la inquietud para adueñarse de mi ser, y Eros no vendrá. El Dios del amor no desea estar en parajes ventosos. El Dios del amor, necesita escenarios oníricos llenos de placidez, y huye de aquellos en los que se ha impuesto la incómoda realidad.

            Mis ojos cerrados traen de nuevo las imágenes de aquel bullicioso café. Allí estabas tú, codo con codo, intentando pagar la bebida al mismo tiempo que yo. Se me cayeron las monedas y ambos nos agachamos para recogerlas. Entre tanta gente, el poco espacio nos permitió acercar nuestros rostros y fundir nuestras miradas para intercambiar deseos. Atados por las invisibles cadenas que crean el gentío y la música,  seguimos toda la velada muy próximos.

            Me propusiste alejarnos del bullicio, y yo acepté. Deambulamos por las vacías calles bajo los tenues rayos de las farolas. Aprovechando un traspiés, previsible con el adoquinado del suelo y los tacones, me abrazaste. Te comenté que hacía frío, pero no era cierto, las noches estivales siempre son cálidas.

            Una nueva propuesta nos metió en tu casa.

            Me seguías hablando muy cerca, con tus labios pegados a mi oído. El silencio nos envolvía y no hubiera sido necesaria tu proximidad, pero me susurrabas y de este modo caí hipnotizada con tus palabras que apenas conseguía entender. Puede que este fuera el motivo por el que acabé en tu cama. No hubo premeditación, yo no lo hubiera consentido, pero Eros estaba allí, envolviéndonos con su velo. El deseo dejó paso a la pasión y la pasión al paraíso. Tus palabras callaron. Tus brazos me anclaron a tu cuerpo. Tu ansia me dominó y me dejé seducir. Eros nos abrió las puertas del Olimpo y juntos entramos. No sé cuanto tiempo estuvimos así. Me pareció un periodo breve, pero mi mente ha quedado totalmente invadida por este delirio.

            La lujuria dio paso a la ensoñación de mundos inalcanzables. Eros lanzó su flecha y ésta me atravesó la razón. Te sentí siempre mío. Para mi serás el universo, el todo de cualquier deseo, la ambiciosa plenitud. En aquel momento no presagié abismos…

            Esta mañana no fui a trabajar, no porque me encontrase mal, sino porque la euforia no me hubiera permitido realizar ninguna tarea. ¡Así qué decidí tomarme el día libre! Te llamé al móvil varias veces, pero no pude dar contigo. La impaciencia me desbordó y decidí salir a la calle para buscarte. Me dirigí a tu casa y toqué con ímpetu el botón del portero automático. No obtuve respuesta. Empujé el portón de madera que aísla el interior del edificio de la calle, pero no se abrió. Permanecí ansiosa junto a la puerta de tu portal sin saber muy bien qué hacer. A lo lejos vi aproximarse al cartero, y pensé: ¡Dios mío, que tenga correspondencia para esta finca! El repartidor tocó a varios telefonillos y después de gritar: ¡cartero!, alguien le abrió. Aprovechando la ocasión, me colé dentro. Me dirigí al montacargas y apreté el botón para que bajara. El desasosiego que tenía encima no me permitió esperar a que el ascensor acabara de descender, y como una loca me precipité escaleras arriba. El golpear de mis tacones sobre los viejos peldaños de madera provocó tal estrépito, que pude sentir como se habría alguna que otra mirilla. Una vez que aterricé en tu rellano, y nunca mejor dicho por la velocidad con la que subí las tres plantas, me paré a tomar aliento. Inspiré lentamente el aire para poder tranquilizarme, y con las manos sudorosas, busqué en mi bolso un pañuelo de papel para secarme el sudor de la frente. Decidida, marché hacia tu puerta, y después de llamar varias veces al timbre, tomé la aldaba y golpeé con fuerza. Dentro de tu casa, creí sentir a alguien que se dirigí hacia las escaleras y mi cara se iluminó con una gran sonrisa.

    ¿Quién es? — contestó una voz femenina.

            Y dicho esto, escuché como alguien descorría los cerrojos en el interior de la vivienda. Mis ojos se quedaron clavados en la mujer, con cara de sueño, que me abría la puerta. Mi sonrisa desapareció y un frío sudor me invadió todo el cuerpo. No pude decir nada, no porque no me atreviese, sino porque mis palabras se enredaron en mi cerebro y no pude ordenarlas para formar la pregunta. Pero no hizo falta consultar nada, porque con irónico ademán, y apartándose el mechón de pelo que le cubría los ojos, me reveló:

            — ¿Tú también? Supongo que vienes buscando al sinvergüenza de mi ex. Él ya no vive aquí, pero utiliza mi casa para sus citas. Aprovecha que trabajo por las noches y como aún conserva las llaves, pues mete a quién le da la gana. Y te preguntarás por qué no he cambiado la cerradura. El motivo es el siguiente, porque él no tiene ningún derecho a entrar en mi domicilio. Creo que se considera allanamiento de morada y ya le he interpuesto una denuncia. ¿Te quieres sumar a la causa y presentar como testigo?

            No pude responder. Me lancé escaleras abajo sin esperar de nuevo el ascensor. Las lágrimas que salían por mis ojos, junto con el sudor, no me permitían ver por dónde iba. No recuerdo cómo conseguí llegar a mi casa y mucho menos meterme en la cama.

            Cerré los ojos y me cubrí el rostro con las manos. Imploré a Morfeo para que se apiadara de mí y me concediera un sueño reparador. Invoqué la presencia de Morfeo para que el sosiego permitiera dar paso al apasionado Eros. Me perdí en un universo de quimeras en donde mis fantasías eran sueños de Eros.

           

2 comentarios:

  1. Blanca, he modificado el titulo de la entrada para evitar tentaciones a los curiosos... :-)

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  2. Guau, acabo de leerlo y me ha gustado muchísimo. El final es muy impactante.

    Una cosilla: quitaría las exclamaciones a esta frase: ¡Así qué decidí tomarme el día libre!

    Por lo demás, consigue ritmo y tensión. Muy lírico, además.

    ¡A por ello!

    Un beso y enhorabuena.

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